M.V.M.

Creado el
8/1/2000.



Cien años y un día

MANUEL VÁZQUEZ MONTALBÁN

EL PAÍS, 6/12/1999


Creo haber sido el responsable de haber llamado al Barcelona "ejército desarmado simbólico de Cataluña" y al hacer balance de cien años de barcelonismo, lo hago iluminado por el pensamiento último del señor Núñez, un personaje que merecerá en el futuro tesis doctorales sobre las diversas formas del complejo napoleónico, es decir, la megalomanía de suponerse Napoleón. De ser un ejército simbólico desarmado de la Cataluña aplazada, a pesar de ser un club regido por la derecha franquista desde 1939 hasta Agustín Montal hijo, de creer a Núñez, el Barça es depositario ahora de una identidad ensimismada y muy por encima de la que pueda tener Barcelona como ciudad y Cataluña como nación. Militar en el barcelonismo se concibe como la forma superior de militancia y en este sentido aprecio que Núñez es el dirigente europeo mejor situado para comprender el futuro que nos espera.

    Es previsible que en el próximo siglo uno de los mercados más activos sea el de las religiones, y frente a las religiones tradicionales. obsoletas, plastas, ya se alzan sectas de muy diversos tipos que proponen espiritualidades prêt-a porter, y de esas religiones laicas en Europa el fútbol tiene un provenir inmenso, dotado como está de catedrales, feligresía y tramas mediáticas y comerciales dispuestas a que prospere el apostolado futbolístico. Al colocar al Barça por encima de Cataluña como unidad de destino en la globalización, Núñez prefigura una instalación esencialmente religiosa de momento aliada a la moreneta o a la Virgen de la Mercé, pero cuando falte Casaus, los dioses no lo quieran, va a costar mucho encontrar un directivo con tantas tabñlas para salir airoso de estas pruebas sin cálculos renales o sin graves destrozos psicosomáticos.

    No hay que ver pues a Núñez como un dictador a la vieja usanza defendiendo como gato panza arriba su pedestal civil, sino como un profeta de una nueva cosmovisión barcelonista en la que la vinculación nacional será un simple paisaje emocional para el 11 de septiembre, ni un minuto más. El Barça del futuro podrá estar formado por jugadores apátridas que en estos momentos ya deben estar incubándose en laboratorios holandeses de ingeniería genética alimentados, eso sí, con sueros aromatizados con pan con tomate artificial para que el globalizado público del futuro perciba el olor a pan con tomate nada más salir los jugadores al césped y se sienta por ello zoológicamente ratificado. Rafael Ribó ha anunciado el posnacionalismo, pero Núñez ha ido más allá al instalar al Barça en el mercado de los imaginarios sin fronteras.

    El día siguiente ha comenzado.