M.V.M.

Creado el
18/2/2002.



Prólogo a la segunda edición de

Coplas a la muerte de mi tía Daniela

Manuel Vázquez Montalbán

editado por Laia, Barcelona, 1984


    La idea de Coplas a la muerte de mi tía Daniela nació al tiempo que estaba escribiendo Una educación sentimental, entre 1962 y 1963. La primera piedra verbal no la puse hasta 1965 y di el poema por terminado en 1973. Ahora, diez años después de su publicación y veinte de su concepción, prologo una segunda edición y me concedo la oportunidad de dar algunas claves sobre este libro, tal vez confundido en el momento de su salida como un eco tardío de la cultura-camp. Toda mi poesía es inexplicable si no se tiene en cuenta el mestizaje cultural que asumo, en el doble plano de la cultura pop (es decir popular de masas) y la cultura académica convencional que aprendí en los libros apellidados y en la Universidad. En el otro plano, me reconozco mestizo de proletario años cuarenta y pequeño burgués consumista años setenta, de inmigrante y aduanero. Insisto en la idea de mestizaje para desmarcar de una vez por todas cualquier posibilidad de ligar lo que yo he escrito en poesía, y muy especialmente Una educación sentimental, Coplas a la muerte de mi tía Daniela y A la sombra de las muchachas sin flor de un cierto diletantismo campista que al final de la década de los sesenta se confundió con el empeño de recuperar la memoria que nos urgía a los escritores que habíamos llegado a la adultez. Tampoco mi collage cultural es equiparable al de otros poetas de los ya viejos novísimos que Castellet reunió en su escandalosa antología. El collage cultural de Gimferrer es fundamentalmente iconográfico, aséptico, como lo había sido en Pound o en Eliot. En Panero era la enunciación del caos, la declaración de la imposibilidad de ordenar ese puñado de imágenes rotas sobre las que inevitablemente cae la noche. En mi caso era la confesión de mi propia arqueología sentimental, de las ruinas que hay en uno mismo, de las ruinas que hay en todo lo nuevo, en todo lo contemporáneo.
    Coplas a la muerte de mi tía Daniela fue para mí un desafío a la retórica cultural. Asumía el punto de referencia de las coplas manriqueñas, una cierta musicalidad a reproducir fuera de la pauta de la métrica cerrada, una estructura fija de poema retórico traducido a una tristeza fúnebre contemporánea y provocada no por un caballero, no por un protagonista con mayúscula de la Historia con mayúscula, sino por un personaje víctima de los protagonistas con mayúscula de esa Historia con mayúscula. Mi poema recogía así mismo la tradición de la poesía recitada por el rapsoda, tradición aún viva en los años de mi formación gracias a los recitadores radiofónicos, de varietés o de los espectáculos recreativos edificantes con los que el clero contribuía a un pío renacimiento de la cultura de barrio. Coplas a la muerte de mi tía Daniela asume una doble condición de poema visual enterrado en un territorio blanco por el que los ojos se mueven y de poema vivificable gracias a la palabra alzada y modulada según las intenciones secretas del verbo y de su recitador.
    Una lectura política del poema sería una lectura posible pero menor. Ante todo es un poema dedicado a una persona a la que amé insuficientemente y está escrito en papel secante de remordimientos. Poema romántico, subjetivo, individualista en contradicción pues con mi obligación de ser realista, objetivo colectivista. De este tipo de tensiones suelen derivarse espectáculos literarios dignos de leerse y en este caso, dignos de leerse en voz alta. En la evidencia de que se fueron para siempre los rapsodas de antaño, propongo a los posibles clientes de este libro que jueguen a leerlo en voz alta, bien en la sobremesa de festejos gastronómicos familiares o bien en la intimidad de un encuentro a dos, si el otro es sensible. Recitado es un poema meditación y puede ser una incitación a la ternura. Muy adecuado pues para la sobremesa del día de Difuntos y para las alcobas a media luz donde todo es posible. Es un poema afrodisiaco.