M.V.M.

Creado el
26/7/1999.


Robinson y el capitalismo salvaje

MANUEL VÁZQUEZ MONTALBÁN

Varios suplementos literarios de diarios europeos, Diciembre 1997


Jamás volveré a leer Robinson Crusoe como la primera vez, como la fascinante aventura de un hombre blanco, un negro, yo y una llama en una isla desierta a la que de vez en cuando van caníbales a comerse a sus víctimas. El mito del hombre libre en la naturaleza libre me había poseído, ahora sé que para siempre. La segunda lectura fue motivada por un trabajo universitario, a través del filtro de una pretextualidad de síntesis entre lo que ahora llamaríamos la deconstrucción del texto y el análisis ideológico. Entonces ya sabía que el Robinson Crusoe es una metáfora y una parábola moral e ideológica sobre el valor del individuo abandonado en la naturaleza, sin otro aval, ni otra sanción real que su vínculo directo con la Providencia. En la parábola se refleja la filosofía del mundo de la burguesía a través de uno de los más geniales y tenaces propagandistas de su consciencia ascendente: Daniel Defoe. Marx supo captar muy bien las intenciones morales, y políticas, del Robinson de Defoe y de todos los robinsones que aparecieron por Europa tratando de reproducir el modelo:

«Las robinsonadas no expresan en ningún modo, como se lo figuran los historiadores de la civilización, una simple reacción contra un excesivo refinamiento y el retorno a una vida primitiva mal comprendida. Como tampoco El Contrato Social de Rousseau, que mediante una convención relaciona y comunica a sujetos independientes por naturaleza, reposa sobre semejante naturalismo. Ésa es la apariencia, y la apariencia estética solamente, de las pequeñas y grandes robinsonadas. Éstas anticipan más bien la sociedad burguesa que se preparaba en el siglo XVI y que en el siglo XVIII marchaba a pasos agigantados hacia su madurez.
    En esta sociedad de libre competencia, el individuo aparece como desprendido de los lazos de la naturaleza, que en épocas anteriores de la historia hacen de él una parte integrante de un conglomerado humano determinado, delimitado».

    Esta larga cita, extraída de Contribución a la crítica de la económica política, bastaría por sí sola para plantear una tesis sobre la significación real de Vida y extraordinarias y portentosas aventuras de Robinson Crusoe de York, navegante. Pero no son significaciones lo que busco, sino recuperar la magia lectora de uno de los diez libros que seleccionaría como hacedores de mi condición de lector y de mitómano.
    Si no puedo abordarlo con la inocencia de la primera vez, de la misma manera que nunca conseguiré oler las personas y las cosas como hace cuarenta años y por culpa de Contribución a la estética de Henri Lefebre nunca volveré a aislar los colores como cuando me parecían gozosamente ahistóricos, necesito encontrar la síntesis entre el ingenuismo del lector también arrojado a una isla desierta y el cinismo del intelectual fin de milenio que ha leído el Robinson bajo sospecha de haber sido el agente secreto de Margaret Thatcher desde el origen de las especies neoliberales. Defoe creía haber escrito una alegoría puritana: el naufragio en una isla desierta es el castigo al que la Providencia somete a Crusoe por sus pecados contra la autoridad paterna, su poquedad ante Dios y su escasa confianza en la Providencia. Pero Defoe, creyendo ser un puritano, es ya un utilitarista y anunciaba el mal salvaje del capitalismo salvaje.
    Pero no, no me satisface esta comprensión tan posmarxista, tal vez dictada por el despecho ante la evidencia del irreversible final de la aventura en esta galaxia. Los libros que sirvieron para crear imaginarios de todo nuevo orden, la mitología del hombre libre en el mercado libre, merecerían la piedad posmoderna y el derecho a ser objeto de dramaturgia materializada en parques temáticos financiados por la Walt Disney Corporation, por citar una empresa destinada a embalsamar mitologías, dioses mayores y menores.