M.V.M.

Creado el
29/4/99.


Se agradece a José Colmeiro su colaboración.

«Yo podría haber sido un Galíndez»

JOSÉ FERNÁNDEZ COLMEIRO

Spain Today, Dartmouth College, 1995.


—José María Guelbenzu ha afirmado que la nueva función del intelectual es "dejar de proclamar la verdad para limitarse al esfuerzo de arrebatar una parte de ella a aquellos que traten de apoderarse de su totalidad". ¿Cuál es para Ud. el verdadero rol del intelectual en la cultura contemporánea?
—La afirmación de Guelbenzu es como una reacción a una etapa en la que quizá el intelectual se ha caracterizado por hablar ex cátedra o dejar que los demás supongan que hablan ex cátedra. Yo creo que mientras exista una división del rol social, y en nuestra especialidad es manipular el lenguaje y a través del lenguaje influir y tratar de persuadir, porque en el fondo comunicar es persuadir, la influencia social del intelectual es real, pero no es tanta como la que pudiera haber tenido cuando el papel activo para los cambios sociales era muy de minorías y de élites y el mensaje de élite era un mensaje privilegiado. Ahora en una época en la que los mensajes son masivos, los sujetos históricos y sociales son masivos y la capacidad de alienarlos es extraordinaria como nunca lo había sido, hay que relativizar con una cierta humildad hasta donde puede llegar la pretensión de influencia social del intelectual. Luego matizar si es una parte de la verdad o si es toda la verdad, eso ya me parece que es un juego muy condicionado en algunos sectores por el miedo a haber hecho el ridículo durante demasiado tiempo proponiendo verdades demasiado absolutas y sistemáticas. Tampoco creo que desde este miedo o este pudor se pueda pasar a su contrario, a la abstención, a decir "ya que hemos hecho tanto el ridículo predibujando el mundo del futuro y profetizando, dejemos de predibujar y dejemos de profetizar".

—Una oposición importante entre dos maneras de situar la posición del intelectual sería la visión del intelectual como espectador de la cultura y otra como participante, como actor, dicotomía que ya planteaba en sus escritos subnormales, entre el intelectual como voyeur que "la sociedad utiliza como espectador de su propio cuerpo" (Manifiesto subnormal) y el intelectual como "actor del gran espectáculo de la insatisfacción" (Cuestiones marxistas).
—Dos visiones bien decantadas que responden a la situación real. De los dos papeles prefiero el segundo porque a pesar de todas las ironías que puedas establecer, recibes al menos un mínimo de compensación ética y una cierta posibilidad de influencia, por decirlo así. Ya sé que la vieja división entre el intelectual como reproductor de la ideología dominante y el intelectual que suministra la ideología de cambio es algo que habría que cuestionar muchísimo qué quiere decir y cómo se hace, pero que esas dos tendencias sobreviven y que se enmascaran ahora con mucha mayor sutileza y maquillajes más poderosos que hace unos años también es cierto. Ahora aparece todo un frente aparentemente muy audaz de una nueva vanguardia intelectual que predica precisamente la no ingerencia, el no mesianismo, pero en realidad su ingerencia y mesianismo es presentar un proyecto de sociedad único e inapelable, casi con unos mismos acentos totalitarios que pudiera haber adoptado un mensaje marxista y utópico en esa dirección hace 40 o 50 años.

—Una nota predominante en su escritura es la preeminancia de figuras de intelectuales heterodoxos y heterogéneos. Desde Carvalho a la galería de personajes de Galíndez o El pianista casi todos representan diferentes formas de asumir la intelectualidad: intelectuales comprados, vendidos, íntegros, mártires, light, de todos los tipos. ¿A qué responde esta constante interrogación por su parte sobre las mil caras del intelectual?
—Es el prototipo humano que más me afecta por cuanto es al que más me parezco, es mi propio rol. Lógicamente es bastante probable que exista una obsesión a veces no del todo controlada por la investigación sobre la conducta de ese tipo de personajes en todas sus ramas: del triunfador al perdedor, el semi-triunfador, el semi-perdedor, el ético, el ético ambiguo, el ético absoluto, va apareciendo una variadísima rama. De hecho es una reflexión sobre mí mismo, no yo mismo encarnado como persona, sino como rol, como papel social, y todos esos personajes que has descrito podría haber sido yo cualquiera de ellos en una circunstancia determinada. Yo podría haber sido un Galíndez si hubiera vivido durante la Guerra Civil, o hubiera podido ser el pianista, u otro cualquiera de ellos, y si me hubieran ido mal las cosas hubiera podido ser el Marcial Pombo de la Autobiografía del general Franco. De hecho el personaje de Marcial Pombo, no exactamente el mismo, pero algún otro parecido, lo utilizo como miedo, como sombra del intelectual en Los alegres muchachos de Atzavara. Aparecía también otro personaje, el que no ha llegado a satisfacer las dosis de narcisismo que le proporciona el éxito literario. Aunque es cierto que eso forma parte de mi propia obsesión personal y seguro que ahí proyecto y sublimo problemas que no tengo del todo controlados.

—¿Qué poder real de intervención tiene el intelectual en la sociedad aparte de su propia reflexión?
—Hemos de dejar de auto-engañarnos en el sentido de pensar que nuestro rol es un rol determinante, un rol mesiánico derivado de aquella imaginería posromántica del intelectual poeta nacional conductor de pueblos, de masas o de vanguardias; eso sí que lo hemos de dejar completamente de lado porque no se corresponde en absoluto con la realidad. La consecuencia de eso sería abdicar del papel y pasar completamente a un papel pasivo de negación de influencia social y de intervención social, que no solamente sería una hipocresía sino una auténtica falacia porque el intelectual siempre interviene, en cualquier mensaje, y a poco cuerpo que tenga de una cierta bondad tanto ética como estética eso va a acabar influyendo, incluso por más abstencionista a priori que haya sido el intelectual. Hay una carga, le basta mirar y ofrecer una alternativa de mirada sobre la realidad para proponer de hecho una lectura del mundo, una alternativa a lo ya sabido o a lo ya contemplado si es un intelectual del pensamiento dedicado a repensar la realidad o si es un intelectual o un artista que se dedica a brindar una alternativa de la realidad mediante un código lingüístico. Solamente en la selección de esa mirada ya hay una concepción del mundo y una filosofía sobre los comportamientos, sobre las conductas, sobre el orden existente, por lo tanto hay una intervención ideológica y si no se aprecia contemporáneamente, con el tiempo sí que se aprecia esa intervención ideológica. Reducir una lectura de cualquier propuesta literaria o intelectual a eso me parece una mezquindad, ahora prescindir de eso también me parecería una estupidez. No porque me parezca en un momento determinado Saint John Perse un poeta reaccionario por su visión del mundo, voy a dejar de pensar que es un excelente poeta, o el caso de T.S. Eliot, y en un mundo más complejo de novelistas del siglo XVII o XIX, cuya visión de la realidad nos puede parecer reaccionaria, pero que te los crees por verdades de carácter literario, no por verdades que provengan del terreno de la ideología.

—Sería el caso más contemporáneo de Borges...
—Y sin embargo interviene ideológicamente. En Borges hay toda una visión del mundo de un evidente elitismo culterano.

—¿De qué manera la escritura puede servir para combatir con la realidad?
—La palabra combatir me parece excesiva. Pero la subjetivación de que la realidad no es suficiente en sí misma la puedes convertir en algo más global y universal propuesto a los demás. De hecho la realidad es el resultado de una manera de ordenar el caos, casi un principio filosófico, y deja muy contenta a la gente normal y corriente. Lo que más les molesta es que alguien les pueda decir "eso que Ud. cree que es un orden no es un orden", ya desde el punto de vista económico, vivencial, cotidiano, en las relaciones personales, la relación con el perro, con el hijo. Cuando el escritor trata de demostrar el caos que se esconde detrás del desorden está cuestionando la realidad que la gente tiene asumida, y lo que empieza siendo algo evidente para una persona, la magia consiste en que lo pueda hacer evidente para 2.000, 5.000 o 20.000 personas.

—Tras los fastos celebratorios de encuentros y desencuentros, Latinoamérica sigue siendo nuestro Sur histórico en el subconsciente colectivo. ¿Ha sido el año 92 la gran ocasión perdida para un verdadero encuentro de culturas? ¿Es más abundante la mala conciencia o la falta de conciencia?
—Es como tú dices, la gran ocasión perdida, porque es el año que coge a España en plena democracia, con además un Gobierno de izquierda, con toda la contradicción que significa para un Gobierno de izquierda celebrar un hecho imperialista. Pero una vez asumido eso, los hechos son los hechos, era la gran ocasión de haber convertido eso en lo que pudo ser la sombra de las dos Conferencias Iberoamericanas, la de México y la de Madrid. Ése era el camino, preguntarnos dónde estamos, de dónde venimos ya lo sabemos, el mestizaje es un hecho que tenemos que asumir, en qué relaciones de dependencia y con qué poderes reales, qué condiciona que seamos Sur, qué quiere decir la deuda externa. Ésa era la gran ocasión para situar el problema en sus justos términos actuales. Pero eso significaba encontrar víctimas y verdugos en esa relación, y ya no eran Hernán Cortés y Moctezuma; hoy las víctimas y verdugos tienen otros nombres y eso implicaba un problema muy serio de clarificación de la realidad. Lo que se ha producido como efecto más beneficioso es que se ha removido el poso de esta cuestión, ha servido para que nazca un movimiento indigenista de concienciación, o al menos que se haya activado muchísimo y se haya hablado mucho más de él desde Europa; el premio Nobel a Rigoberta Menchú no se lo hubieran dado si no hubiera sido por el 92. En cambio el que ha seguido mixtificando el asunto es el criollo. El criollo es el que sigue falsificando esa historia, porque sigue prefiriendo que el cabrón sea el español, que lo ha sido evidentemente, y olvide su propio cabronaje de 200 años durante los que ha practicado en los lugares donde estaba en posición hegemónica un exterminio tremendo de la población indígena. O sea que sí se ha desaprovechado el 92. Ha tenido unos efectos secundarios positivos, una cierta reflexión, pero el propio poder cultural y político español no ha sabido ni ponerle nombre; es que aún no sabemos qué ha sido, si un descubrimiento, si un encuentro, si un choque de culturas... no se sabe, porque ninguna familia ideológica se ha atrevido todavía a colocarle un nombre fijo.


Esta entrevista se realizó en Barcelona en diciembre de 1992 gracias a la ayuda del Programa de Estudios "Joan Maragall" de la Fundación José Ortega.