M.V.M.

Creado el
11/5/2000.


Más sobre El hombre de mi vida:

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2) Reseña de F.Romeo

3) Reseña de Rosa Mora

4) Reseña de Vespito.net

S.Sanz
Santos Sanz Villanueva.

Carvalho, pequeñoburgués

SANTOS SANZ VILLANUEVA

El Mundo, 19 / 4 / 2000.


    Pepe Carvalho, el investigador privado que creó Manuel Vázquez Montalbán hace tres décadas, forma parte del paisaje social de la España democrática. Ha dejado de ser un personaje literario, un huelebraguetas, como lo llama el autor, que casi fundó una novela criminal inexistente entre nosotros antes de él, para convertirse en un conocido que ha acompañado a muchos españoles en sus tiempos muertos. Centenares de miles de personas lo conocen por los libros o por la televisión.

    Carvalho es el espejo crítico de un tiempo, el testigo molesto que descubre las marrullerías propias de esta época de nuevos delitos, de renovadas incertidumbres y peligros. Tal vez si Galdós o Baroja hubieran vivido estos días nuestros, habrían creado un tipo como Carvalho, con su disposición a hurgar en el fondo de la realidad. Porque, en cierta medida, está hecho de una fibra semejante a la del Gabriel Aracil de los Episodios nacionales o del Aviraneta de las Memorias de un hombre de acción.

    Tras un tiempo de descanso y una estancia en Madrid y Buenos Aires, vuelve Carvalho en El hombre de mi vida (Ed. Planeta) a su Barcelona, mudada en su superficie por los cambios urbanos recientes de la capital catalana. Esto provoca una mirada analítica sobre la ciudad que, inmersa en la sociedad de la globalización, sufre los embates característicos de hoy. Tres de ellos sobresalen en esta nueva peripecia del detective: el desarrollo de las sectas religiosas, el auge de los nacionalismos y la pérdida de la privacidad por culpa de una sociedad que todo lo controla en extremo.

    Sigue, pues, siendo Carvalho la conciencia reflexiva de la actualidad, pero su actuación en estos sucesos que acaban el mismo último día del milenio tiene rasgos muy diferentes a los que marcaron su pasado. Antes, Carvalho dominaba la realidad, era el agente que más o menos decidía el rumbo de la historia ajena. Ahora, en cambio, fuerzas oscuras le arrastran y él no se opone porque lo sabe inútil. Antes se sostenía en alguna fe, había un sentido positivo en su acción. Ahora el cinismo, que nunca le fue ajeno, produce resignación y un pragmatismo un tanto apicarado: si sabe mover bien los hilos, se asegurará una pensión de jubilación.

    ¡Dónde ha venido a parar aquel agente de la CIA, metido en conspiraciones para liquidar a Kennedy! Lo notable es la coherencia con que esta mudanza se ha producido. Creo que a Vázquez Montalbán le ha pasado con su criatura lo mismo que a Cevantes con el caballero manchego: primero fue el esqueleto de un tipo y luego le ha crecido en humanidad. Así que ahora Carvalho tiene mucha más fibra cordial, resulta un ser perplejo y ya nos interesan de él menos sus trabajos que sus tribulaciones personales, las que afectan al ámbito de lo privado y encarnan los sueños y temores de cualquier persona, de las que fichan por la mañana y dan una vuelta por el campo el fin de semana.

    Carvalho, este último Carvalho, deja de ser personaje y se convierte en persona. Por eso, piensa con frecuencia en la edad. Por lo mismo hace viajes incesantes a la infancia, se enternece con el recuerdo de los juegos con pólvora barata y evoca un viejo perro muerto con sensibilidad proustiana. El héroe murió. Le ha sucedido un otro que a sí mismo se descubre «con alma de jubilado». Le ha vencido el escepticismo y la derrota: ya «no me quedan banderas», confiesa. Lo que hace en este momento es echar cuentas. Su patrimonio son 10 millones ahorrados y casa en propiedad. Así que debe asegurar el futuro. Quizá se haga funcionario.

    Antes, Carvalho, sus peripecias y sus ideas, interesaban; ahora emociona el verlo convertido en un pequeñoburgués atribulado. Eso ha salido ganando.


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