M.V.M.

Creado el
23/7/98.


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Artículo de Vázquez Montalbán sobre Pasionaria


Introducción a
PASIONARIA Y LOS SIETE ENANITOS

Planeta, 1995

MANUEL VÁZQUEZ MONTALBÁN


Pasionaria
Pasionaria en la Guerra Civil.

Pensé en ser religiosa y abandoné la fe. Quise ser maestra de niños y fui propagandista revolucionaria; soñé en la felicidad y la vida me golpeó con dureza, en lo más íntimo, en lo más entrañable...
(DOLORES IBÁRRURI «Pasionaria», Memorias

Nota del autor Este ensayo sobre la relación entre Dolores Ibárruri «Pasionaria» y los hombres de la política y la cultura que tuvieron que asumir su impacto y su diferencia, no trata de sustituir ninguna biografía del personaje central, ni tampoco una posible historia del PCE ya realizada o por hacer. Se trata de un ensayo según la teoría de Adorno, es decir, un segmento de saber libremente elegido de una totalidad, sobre el que se pueden aplicar distintas herramientas de conocimiento expresamente especulativo. Una de esas herramientas es la Historia, pero conocedor de lo sensibles que son los historiadores ante cualquier posible intrusismo, hago explícita declaración de ensayismo especulativo y pido disculpas por el saber histórico que le haya podido robar a los dioses.
Dirigido mi trabajo al deshistorificado público en general, he procurado dar muy pocas cosas por sabidas y he incluido unos apuntes biográficos de personajes complementarios de los ampliamente utilizados y connotados a lo largo del cuerpo de texto fundamental.



En cierto modo, el origen de la armoniosa belleza de Blancanieves parece provenir del sol; su nombre nos sugiere la blancura y pureza de la intensa luz de este astro. De acuerdo con la creencia de los antiguos, eran siete los planetas que giraban alrededor del sol, de ahí los siete enanitos. En la doctrina teutónica, los enanos o gnomos trabajaban en la tierra extrayendo metales preciosos, de los que en el pasado tan sólo se conocían siete. Y siguiendo la antigua filosofía natural, cada uno de estos metales está relacionado con un planeta...
(BRUNO BETTELHEIM, Psicoanálisis de los cuentos de hadas)

Yo al lado de Tagüeña, que es el único que me da la talla. A su lado no tengo que encogerme.
(Dolores Ibárruri antes de hacerse fotografías de grupo, según cuenta Tagüeña en Testimonio de dos guerras)



A la estancia de los hermanos Grimm en la ciudad de Kassel se atribuye su recopilación de cuentos de hadas alemanes de tradición oral. La estancia en Kassel no sólo les reportó un buen bagaje de tradición literaria, sino también el matrimonio que pareció cosa de cuento de hadas, porque Wilhelm Grimm se casó con la muchacha que le contó Hansel y Gretel y Jacob con la relatora de Blancanieves y los siete enanitos. La fábula del conflicto criminal entre la madre o madrastra y la hija que va a ser mujer y competidora pertenece a distintas tradiciones literarias populares, pero a partir de una observación de Assumpta Roura (La mujer ante el espejo) podemos encontrar la génesis cultural más remota en la mitología griega: la historia de Psiquis, bella princesa, odiada por la madre de su amado Eros, nada menos que Afrodita. La presunta suegra no sabe cómo maltratar, e incluso deshacerse de la bella mortal que ha osado optar al amor de su hijo. Busca la princesa conseguir la aquiescencia de Afrodita y utiliza el intermediario de la Costumbre, pero nada más llegar a su presencia, Afrodita la menosprecia de palabra y la entrega a la Tristeza y a la Soledad para que la atormenten. Por si le faltara algo a la desdichada Psiquis, la suegra le impone duros trabajos, como llevar un vaso lleno de agua negra que brotaba de una fuente guardada por temibles dragones o bajar a los infiernos para inducir a Perséfone, la Proserpina romana, a que le entregara una parte de su hermosura metida en una caja. A pesar de las advertencias de voces enigmáticas y amigas, Psiquis mueve la caja y de ella sale un vapor que la derriba y hace dormir. Pero por allí pasaba Eros fantasmagórico y llega a tiempo de salvarla y rogar a Zeus que reúna a los dioses para que se pronuncien sobre la suerte de Psiquis. Pleno consenso. Psiquis es aceptada como esposa del dios del Amor y hasta la suegra, Afrodita, tiene que bailar en la fiesta de esponsales, paso previo para que Eros y Psiquis llegaran a tener descendencia: nada menos que el dios Deleite.
    Tan remota historia mitológica ofrece un marco general a la formación del mito de Blancanieves, pero aún se ciñe más al personaje de la narrativa popular cuando vemos el tratamiento que hace Apuleyo en Las metamorfosis o El asno de oro de la historia de Eros y Psique. Apuleyo señala una causa concreta para la ojeriza de Venus, nombre romano de Afrodita, no madrastra sino suegra, hacia Psiquis: su belleza, que competía con la de la mismísima diosa de la belleza, hasta el punto de que Venus ve cómo disminuye su culto y sus imágenes se estaban quedando sin ofrendas y sus altares cubiertos de ceniza. Venus empieza a hacerse preguntas temibles para la suerte de Psiquis, convergentes con la de: «¡Dime, espejo mágico! ¿Soy aún la más hermosa de las mujeres?» La Venus de Apuleyo se pregunta cómo es posible que siendo el origen mismo de la naturaleza haya de compartir la consideración de excelsitud con una niña mortal: «Esta jovencita, quienquiera que sea, no va a usurpar por más tiempo mis honores. Ya haré yo que se arrepienta ella sola de su afamada belleza.» En el libro de Apuleyo el personaje de Psiquis pasa por vicisitudes que luego veremos repartidas en las historias de Blancanieves y Cenicienta, lo que induce a pensar en un comíín origen recopilador de historias que luego se diversificaron a través de la transmisión oral finalmente recogida por los hermanos Grimm (Blancanieves) o Perrault (Cenicienta). En una de las peripecias a las que en el libro de Apuleyo se ve sometida una muchacha abandonada a su suerte la salvan unos ladrones: «Los ladrones no tardaron en regresar inquietos y afligidos, sin una triste túnica de botín, pero arrastrando entre todos una muchacha de buen porte, con aspecto de pertenecer a la aristocracia del país; era una chiquilla —¡por Hércules! apetecible incluso para un asno como yo—, que venía llorosa, mesándose los cabellos y el vestido. Nada más meterla en la cueva, le dijeron para que cesara en sus lamentos:

    » —Estate tranquila, que ni tu vida ni tu honra corren peligro; nos vemos obligados a este oficio miserable por pura necesidad. Por muy codiciosos de sus riquezas que sean tus padres, habrán de ceder sin tardanza a pagar el rescate adecuado para la hija de sus entrañas.» Esta secuencia, en la que se prefigura el dibujo en negativo de los siete enanitos, da pie a que una anciana le cuente a la muchacha la historia de Eros y Psiquis. En la edición crítica de El asno de oro a cargo de Lisardo Rubio, dentro de la colección Biblioteca Clásica Gredos, el introductor subraya el hecho de que tanto en la novela de Petronio (El Satiricón) como en la de Apuleyo aparezcan las brujas: «...en Apuleyo ya "vuelan" las brujas, ya saben someter a su voluntad el mundo sobrenatural, el mundo de los astros y los elementos de la naturaleza; pero ante todo saben dominar los sentimientos del corazón y aplican su arte fundamentalmente al servicio del amor.» Con estos ingredientes el mito culto de Eros y Psique o Psiquis lógicamente debía ser asumido por el cuento de transmisión oral; es decir, por la subcultura que abastece de ensueños a las clases populares analfabetas, o sea, a la inmensa mayoría de población hasta el siglo XIX.
    El Pentamerone de Basile, escrito trece siglos después que Las metamorfosis de Apuleyo y doscientos años antes que los cuentos de los hermanos Grimm, reúne en uno de sus relatos —según referencia de Charles Panati, Las cosas nuestras de cada día— elementos comunes a la historia de Blancanieves y, en la tradición de la literatura oral ibérica, la catalana cuenta con La madrastra vanitosa (La madrastra vanidosa), que o bien es una versión del cuento de los Grimm vuelta al anonimato, recogido por el compilador, Serra Boldiú, en boca de una campesina de un pueblo de Lérida, o bien una variante más del topos ancestral de raíz mitológica que varias culturas populares han desarrollado paralelamente.
    La divulgación contemporánea de Blancanieves de los Grimm, como la de Cenicienta de Perrault, se debe sobre todo a las versiones cinematográficas de Walt Disney. La primera Blancanieves disneyana data de 1938 y, como observa Panati, respetó algunos de los detalles más duros de la versión de los Grimm, dulcificada por los que convirtieron estos relatos en «cuentos infantiles». «Muchos de los primeros traductores del cuento de los Grimm omitieron un detalle macabro: la reina no sólo ordena la muerte de Blancanieves, sino que exige además que, como prueba, le presenten el corazón de la víctima. Disney recuperó este detalle original, pero optó por prescindir de otro aún más horripilante. En el cuento alemán, la reina, creyendo que el corazón que le presenta el cazador es el de Blancanieves (en realidad pertenece a un jabalí), lo sala y llega a comérselo. Y en el cuento original la reina es obligada, al final, a calzarse unos zapatos de hierro al rojo vivo: presa de un espantoso frenesí, baila hasta morir.»
    No me interesa meterme en andaduras de análisis de la estructura del cuento de hadas como Vladimir Propp, aunque algunas de las observaciones del autor de Morfología del cuento de hadas y las que se cruza con Claude Lévi-Strauss en una polémica famosa para los especialistas, tienen que ver con las fabulaciones urdidas en torno al personaje central de este ensayo. Y sobre todo el trabajo de Propp Las transformaciones del cuento maravilloso ofrece párrafos polisémicos que dan sentido a algunas consideraciones que yo hago en Pasionaria y los siete enanitos; por ejemplo, cuando Propp habla de la relación entre el cuento maravilloso o de hadas con la realidad. «Gran número de transformaciones —dice Propp— se explican por la introducción de la realidad en el cuento. Este hecho nos obliga a perfeccionar los métodos que sirven para estudiar las relaciones entre el cuento y la vida corriente.» Normalmente, añade Propp, el cuento maravilloso es pobre en elementos de la vida real. «El problema de la relación entre el cuento y la vida corriente sólo podemos resolverlo con la condición de no olvidar la diferencia que existe entre el realismo artístico y la existencia de elementos provenientes de la vida real. Los estudiosos suelen cometer el error de

Carrillo, Líster y Pasionaria en el Congreso del PCE de 1959.
buscar en la vida real una correspondencia del relato realista.» ¿Qué entendemos por vida real? Para un antropólogo como Lévi-Strauss, el cuento sublima razones de conducta mediante su simbolización, y para un psicólogo como Bettelheim, en los cuentos de hadas hay una plasmación simbólica de todas las posibles tensiones de la psique. Pero en el caso de la relación de Pasionaria con los enanitos creo que en este cuento de hadas, que pertenece a la más real de las crudas historias de España, se perciben sublimaciones simbólicas suficientes para encontrar explicaciones casi obvias.
    En el mito de Blancanieves hay dos términos sugerentes que han tratado de ensamblar simbolistas y psicoanalistas. La madre o madrastra temerosa de que el crecimiento y la belleza de su hija eclipse la suya y termine por sustituirla y la relación de la muchacha con los enanitos del bosque, en este caso enanitos benefactores. Es ley de vida que cuando Blancanieves se haga mayor, si conserva el vicio materno de preguntarle al espejo mágico si aún es la más bella de las mujeres, el espejo el día menos pensado le diga que no, que ha salido otra mujer más bella y ya se verá cómo reacciona Blancanieves. Aunque sea cuestión marginal, es digno de observación que la madrastra o mala madre de Blancanieves lucha contra su competidora no para conservar a un hombre concreto, dentro de la tradición conservadora de los cuentos de hadas, sino para satisfacer su propio narcisismo, para seguir siendo «...la más bella de todas las mujeres». Pero lo que me interesa realmente en el mito de Blancanieves es su relación con los enanitos, esa violenta y dulce sorpresa que provoca la llegada de una mujer a un ámbito monopolizado por los hombres. En el cuento de los hermanos Grimm, los enanitos vuelven del bosque donde habían estado buscando «... tesoros en las entrañas de la tierra. Encendieron sus lámparas y no tardaron en darse cuenta de que alguien había estado allí, ya que las cosas no se hallaban como ellos las dejaran.
    »Dijo el primero: "¿Quién se ha sentado en mi sillita?"
    »Dijo el segundo: "¿Quién ha comido en mi platito?"
    »Dijo el tercero: "¿Quién ha pellizcado mi panecito?"
    »Dijo el cuarto: "¿Quién ha comido de mi sopita?"
    »Dijo el quinto: "¿Quién ha pinchado con mi tenedorcito?"
    »Dijo el sexto: "¿Quién ha cortado con mi cuchillito?"
    »Dijo el séptimo: "¿Quién ha bebido en mi vasito?"
    »Entonces el primero notó algo extraño en su cama y exclamó de pronto:
    »—¿Quién se ha acostado en mi camita?
    »—¡Y en la mía! ¡Y en la mía!— gritaron los demás que habían acudido corriendo.
    »El séptimo enanito, al ir a mirar en su cama, vio a Blancanieves, que estaba dormida. Llamó a los demás, que iluminaron con sus lámparas y, al ver a Blancanieves, exclamaron admirados:
    »—¡Oh Dios mío! ¡Oh Dios mío! ¡Qué preciosidad de niña!»
     Los dialoguistas de la Walt Disney Corporation fueron más escuetos y yo creo que más eficaces: «¡Oh, es una niña...!», exclama el enano que descubre a Blancanieves en un lecho de la cabaña del bosque en la versión en dibujos animados en color. «¡Oh, es una niña!», expresa a la vez toda la capacidad de sorpresa y maravilla que puede brotar desde una perspectiva masculina ante la presencia del otro sexo, de lo más diferente, dentro de lo humano, y entiendo lo humano a lo Simone de Beauvoir, como una consciencia histórica y cultural, no como un dato meramente animal. Retengan esta exclamación: «¡Oh, es una niña!», porque en cierto sentido ha inspirado este ensayo sobre Pasionaria y su título.
    Bettelheim (Psicoanálisis del cuento de hadas) utiliza preferentemente el análisis de Blancanieves en relación con la madrastra y los complejos edípicos, de ahí la importancia que otorga a figuras como las del cazador protector sustituto del padre débil, incapaz de proteger a la muchacha y minimice el papel de los enanitos, meros instrumentos para que Blancanieves supere la infantilidad ejerciendo de ama de casa a cambio de su protección. «En Blancanieves —escribe Bettelheim— nos encontramos con unos enanitos buenos y serviciales. Lo primero que nos dice de ellos es que regresan de las montañas, donde trabajan como mineros. Al igual que todos los enanitos, incluso los más desagradables, son muy trabajadores y listos en los negocios. El trabajo es la esencia de sus vidas; desconocen el ocio y la distracción. Aunque queden profundamente impresionados por la belleza de Blancanieves y conmovidos por su desgracia, dejan muy bien sentado que el precio que la niña deberá pagar por permanecer con ellos será su concienzudo trabajo. Los siete enanitos simbolizan los siete días de la semana: días llenos de trabajo. Así pues, si Blancanieves quiere desarrollarse satisfactoriamente, deberá hacer suyo el universo del trabajo...»
Con Castro
Pasionaria con Castro
    Bettelheim asume la literatura simbolista sobre la relación entre el blanco y la pureza astral del sol o la luna, del oro o la plata. Blancanieves, diosa lunar o solar. El blanco es un color iniciático, según los simbolistas, el de la revelación, la gracia, la transfiguración que deslumbra: es el color de la teafonía. Bettelheim aduce que para el niño de hoy, desmitologizado al antiguo modo, los enanitos son simplemente «...personajes masculinos que no han conseguido completar su desarrollo». Una interpretación del papel de la cultura popular interesadamente llamada «subcultura» es que puede ser aprovechada para dar la vuelta a la escala de valores de la cultura noble controlada por el bloque social dominante. Canciones, refranes, chistes, cuentos mágicos traducen una visión de la realidad alternativa y normalmente enmascarada para no alertar al dominador, a la manera de clave cifrada. Perrault, el recopilador y modificador de tantos cuentos maravillosos, explica suficientemente esa clave cifrada del relato maravilloso en su comentario de Piel de asno:

Y lo que más me atrae
es que divierte con sutil dulzura
sin que madre, marido o señor cura
le encuentren nada digno de censura.

    Como grupo dominado, la mujer, según los analistas del cuento maravilloso como subcultura crítica, aprovecha algunos de estos relatos para dar la vuelta al rol atribuido. No sólo la mujer. Dolores Juliano (El juego de las astucias) apostilla: «En los cuentos no entran los temas que preocupan a los hombres, la infidelidad femenina por ejemplo, pero se discute largamente la autoridad del padre (Piel de asno o La hija del diablo), la esclavitud del trabajo doméstico (La Cenicienta), la necesidad de solidarizarse con los hermanos en lugar de con el grupo de alianza (Pulgarcito, El padre Jané), el triunfo de los débiles inteligentes sobre los fuertes tontos, etc. Todo esto configura un campo polisémico, donde la reivindicación no es obvia, pero que brinda en conjunto una autoimagen mejor que la propuesta socialmente. Incluso en el caso de las mujeres "malas", éstas no son las que abandonan sus "deberes" como propone la ética masculina, sino las que cumplen un papel específico: las "madrastras" —con lo que en el fondo lo que se cuestiona es el derecho del hombre a contraer nuevo matrimonio— pero aun así son autónomas y nunca se enfrentan con las "buenas", por celos por el amor de un hombre (según la conducta socialmente asignada) sino por ámbitos de poder.» Si bien la subcultura popular suele ser portadora y fijadora de valores reaccionarios dominantes que en el caso de la mujer llega a aceptar... Mujer hermosa, o loca o presuntuosa..., la mujer ha aprovechado su protagonismo como relatora a sus hijos de cuentos para transmitir, a veces sin ser consciente de ello, reivindicaciones femeninas. Tanto en Blancanieves como en La Bella Durmiente, Cenicienta o Caperucita Roja, la protagonista es una muchacha que consigue superar toda una serie de dificultades generalmente de origen masculino y consigue salirse con la suya, aunque en el caso de Blancanieves, gracias a los «hombrecitos», los enanos y al príncipe que la devuelve a la vida. Sin duda, de todos los cuentos el más «progresista» es Cenicienta, un personaje insurgente que lleva su sentido de la subversión ayudado por el hada madrina hasta la reafirmación de su identidad mediante la metáfora del zapatito de cristal, pero es perceptible que detrás de ogros, duendes, hadas, talismanes, varitas mágicas, aparecen referencias perturbadoras del orden propuesto por el poder cultural, la Iglesia, en las zonas rurales donde es más determinante la transmisión oral de cultura.

    Situémonos en la perspectiva de una mujer real que por su diferencia consigue convertirse en un referente mítico ante el que reacciona para mal o para bien la sociedad masculina, desde la más inmediata a la más generalizable. Partamos de ese «¡Oh, es una niña!» del sabio enanito disneyano. Ésa es la mirada sorprendida que me interesa y a qué reacciones llevó tanto a Franco como a Santiago Carrillo o Stalin o Semprún el encuentro con Dolores Ibárruri «Pasionaria», sorprendidos por el gigantismo de esa diferencia. No utilizo pues enanitos desde ningún afán disminuidor de los implicados, sino desde la perspectiva a la vez subjetiva y objetiva de las reacciones masculinas comunes todavía en este siglo ante una mujer tan esencialmente diferente como Dolores Ibárruri. Evidentemente, considero que Dolores Ibárruri, incluyendo todas sus contradicciones, tiene una talla ética que no le reconozco a Franco, aunque admito que la familia de Franco en particular y los franquistas en general no estén de acuerdo. Pero hable yo de los enanitos franquistas o de Semprún, Carrillo, Líster o de Castro Delgado o Tagüeña, no los minimizo despectivamente, sino que los relaciono con el gigantismo que ante ellos adquirió, en negativo o en positivo, el mito de la Pasionaria y cómo condicionó sus conductas diversas y cambiantes.
Con Claudín
Pasionaria con Claudín.
    Según la simbología, los enanos son los genios de la tierra y del subsuelo cuyo origen cada mitología explica a su manera; por ejemplo, los germanos los consideraban surgidos de los gusanos que carcomían al gigante Ymir. En todas las mitologías suelen ser buenos o malos, pero siempre compañeros de las hadas, y normalmente viven en grutas y cavernas de las montañas donde suelen trabajar en la minería o en el hierro. Vienen pues del mundo subterráneo, simbolizan fuerzas oscuras que están en nosotros y también pueden ser utilizados como proyecciones del inconsciente cuando ejercen de bufones críticos del poder que los tolera, porque su pequeñez física resta entidad a sus diatribas. No en balde Jung los consideraba como los símbolos de los guardianes del umbral del inconsciente y frecuentemente, cuando son enanos forestales, enanitos del bosque, aparecen como entes protectores o cabiros con la capucha en la cabeza, símbolo de invisibilidad y de poderes que constituyen la reserva espiritual de la humanidad. En ocasiones se ve al enano como el monstruo guardián del tesoro o del secreto. Esta interpretación tiene más sentido para explicar el porqué de esa relación entre Pasionaria-Blancanieves y mis siete enanitos, que son algunos más de siete. En cualquier caso, como dice Bettelheim: «El cuento es terapéutico porque el paciente encuentra sus propias soluciones mediante la contemplación de lo que la historia parece aludir sobre él mismo y sobre sus conflictos internos en aquel momento de su vida.»


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