M.V.M.

Creado el
14/8/2001.


Geometría materia física

Manuel Vázquez Montalbán

Texto del libro Penadès. 25 anys de pintura, que ilustra la obra pictórica de Agustí Penadès. Edicions Evo Color S.L., Barcelona, 1993



Agustí Penadès
    En 1975 pensaba que Agustí Penadès era ya una "... notable síntesis de oficio y de imaginación plástica. Domina el territorio del cuadro, lo desmenuza con la línea y el color, incluso crea posibles caminos de huida hacia todos los demás, ese territorio inmenso donde cualquier cuadro flota a veces intentando sustituir al cosmos. Sus propuestas referenciales son amplísimas y van desde la apología de la libertad, hasta el intento de convertir en espacio pictórico la provocación de la ciencia y la tecnología, cuando no se deja llevar por el efluvio sonoro de las palabras, se queda con su espuma y descubre su textura de planos y colores".

    Era aquel un pintor primerizo, aunque tuviera cuarenta años y alternara la pintura con otras ocupaciones, con el claro propósito de saltar al abismo de la plena dedicación al arte, en cuanto fuera posible. Yo titulaba mi texto de presentación de la exposición de Penadès en la Sala Gaudí de Barcelona en 1975 El pintor que no quiso ser naïf, precisamente para expresar contundentemente que el pintor no se dedicaba al arte desde una ingenuidad técnica, ni desde un ludismo dominguero. Para él la pintura era ya entonces una manera de conocer y conocerse, pintura equivalía a conocimiento obtenido mediante lo caligráfico y lo matérico como procedimientos lingüísticos fundamentales. Geometría y materia, decía Penadès, en uno de esos apuntes con letras mayúsculas en los que trata de aprehender la teoría de lo que ha hecho y la de lo que va a hacer. Es lógico que él emplee la palabra geometría porque concibe la disposición del lenguaje matérico o caligráfico sobre un espacio encerrado en la convención del cuadro, pero no por ello menos representativo del espacio total en el que es posible la vida y la mirada.

    Quince años después, Penadès ha cumplido su proyecto de ultimarse como pintor y poder asumir una trayectoria de veinticinco años de pintura, diez de pintura casi secreta y quince de pintura pública. Los adjetivos que le dedica la crítica se mueven, como siempre entre lo obvio y lo imprescindible, pero normalmente se percibe una cierta inquietud entre los brujos de la palabra ante un pintor que trata de proponer una cosmogonia, es decir un tratado o conocimiento de la formación del mundo, entendiéndolo a la vez como proceso de formación y como proceso de desformación. Penadès imagina al artista como un buscador del equilibrio, la armonía, el espacio, la austeridad, la quietud, la esencia, la síntesis, la abstracción, la antropología, el futuro, la espontaneidad, la interpretación real de la naturaleza, la verdadera naturaleza, la geología, la geodinámica, de una manera vital, fisiológica, no la interpretación superficial tan habitual... Si el lector repasa estas enunciaciones o enumeraciones del propio Penadès, tal vez creerá haber asistido a un ejercicio de enumeración caótica, a la manera de la poética surrealista, pero las palabras se interrelacionan. El artista se sitúa en un punto del universo y puede reinventarlo mediante el dominio de un lenguaje hecho de materia plástica y en el signo caligráfico. Está en el espacio, portavoz de una moral, de una voluntad de relación con la naturaleza, consigo mismo y en definitiva buscando una propuesta de equilibrio y armonía basada en la identificación con el cosmos.

    Penadès suele relacionar dos palabras fundamentales en la concepción del cuadro, materia y espacio, con la fisiología y espíritu. El pintor comienza a intervenir en el espacio del cuadro tratando de construir una alternativa espiritual mediante una materia que es en si misma fisiología, es decir saber sobre el funcionamiento de lo orgánico. Lo matérico es a la vez lo orgánico, una propuesta de vida en el silencio aséptico del espacio y por lo tanto una serena agresión de la nada. Este es el Penadès que a los cicuenta y siete años de edad considera la pintura como algo más que un espectáculo estuchado, previamente seccionado. Para él cada cuadro es una aventura desde el conocimiento que puede desencadenarse desde una energía profunda movilizada por el automatismo psicológico. Penadès en cambio no recurre a un automatismo incontrolado, sino a un juego continuo de doma del inconsciente por parte de "la mente superior", es decir, la intervención de la inteligencia y el saber específico de un pintor conduciendo y provocando el automatismo. Por eso el creador auténtico crece y las obsesiones iniciales ligadas a la vida mediante emociones y sensaciones, traducidas por lo tanto sensorialmente, se van haciendo abstractas a través de una plasticidad que busca la quietud, el silencio, la precisión del paso interrelacionado entre claridad y oscuridad.


Enfrontament, 1973

Allò orgànic i la tècnica, 1978

Matèria i gest, 1988
    Penadès no hace otra cosa, cuando así habla, que interpretar su propia trayectoria. El pintor de Guerrillero, Enfrontament, Lligam, El colom, Territori sintetiza caligráfica y plásticamente una mirada que se propone compartir desde una observación obvia o convencionalmente obvia. De pronto el pintor se plantea conocer a otro nivel, como acercando el ojo a la lógica secreta de una realidad que sólo nos permite ver su epidermis y ahí estan los cuadros posteriores a 1975: Biocosmos, Bioquímica, Lo orgánico y la técnica, Cibernética... Especialmente intensos los ciclos sobre lo orgánico y lo técnico o sobre la cibernética, intensos y reveladores de que el pintor prepara un nuevo salto que le va a situar en la Plasticidad total, al margen de lo anecdótico, de las categorías extraplásticas. Todavía en este periodo el collage y ensamblaje insinua la participación de lo ya conocido, al margen del conocimiento que la pintura está desvelando. Pero en la década de los ochenta, Penadès se encierra a solas con lo matérico y lo crómico como únicos recursos para expresar y expresarse, sin collage, sin la ayuda de lo no original y esencialmente pictórico. En cierto sentido Penadès ha ultimado su viaje y ha llegado a ese clic que indica que su creatividad dependerá a partir de ahora de lo que Kandinski llamaba "...la liberación de la masa pictórica". No es cierto que no haya collage, pero a partir de ahora no será un collage informativo, sino en si mismo matérico, en los ciclos Matèria orgànica i ferros, Matèria dispersa i signes, Matèria dispersa i estructures, Matèria i signes, Matèria i gest, el pintor va acercándose a lo extrictamente matérico como argumento fundamental de su futura obra. La materia orgánica crea sus formas y así se llega a un final perfecto del círculo iniciado con la ruptura con las formas convencionales. De la misma manera que la caligrafía mironiana es el resultado de un largo viaje de desconcreción y toda la pintura caligráfica es el resultado de una larguísima y sabia evolución de una rúbrica mental, cuando la materia destruye toda posibilidad de formalismo convencional, de hecho lo sustituye y puede llegar a tal nivel de equivocidad y ambigüedad que plantea plenamente la substitución de la realidad convencional. Las formas orgánicas de Penadès señalan precisamente ese final de recorrido y ante sus propuestas el ojo duda si está al comienzo o al final de la historia de la mirada.

    Si la pintura de Penadès es el resultado de una profunda e interiorizada evolución, en la que interviene una cultura artística que el pintor utiliza para ilustrar su propia conciencia creadora, el resultado es de una incontrolable y lacerante química, en la que no ha intervenido la voluntad, sino un secreto ritmo interior convertido en la armonía encerrada en el cuadro. Todo decorativismo implica una armonía explícita o implícita y es evidente que Penadès consigue una pintura seductora. Que el artista se ponga a la defensiva cuando aparece esta cuestión es del todo lógico, porque convencionalmente, decorativismo equivale a una superficial facilitación de la operación de mirar. La mirada convencional del espectador del arte ha sido educada en el respeto a la norma, no a la transgresión. Si el ojo acepta la propuesta plástica sin forcejeo hay muchas posibilidades de que esa propuesta plástica no sea demasiado exigente con el ojo. Sin embargo este principio válido para justificar las violaciones contra lo convencional atribuidas al vanguardismo, hay que situarlo hoy en el laboratorio del análisis revisionista. La muerte del vanguardismo, las substituciones ísmicas relacionadas con el Arte conceptual, el minimalismo, la transvanguardia, el postmodernismo, el neo-historicismo... no indican otra cosa que la imposibilidad del artista o del teórico del Arte para poner nombre a lo que posiblemente ya no necesita nombre. Las Artes han creado su propia lógica interna y un gran patrimonio, un gran saber sobre si mismas que en el pasado se traspasaba de los maestros a los oficiales y a los aprendices y funcionaba mediante poderosos vínculos de escuela y tendencia. En el universo actual, intercomunicado, el artista recibe todo ese patrimonio, se apodera de él y hace con él lo que quiere. Lo que no puede hacer un artista es ser servil con el ojo del receptor, no con la voluntad de cortárselo con la hoja de afeitar del desprecio snob, sino con la voluntad de estimular una nueva manera de ver. Un artista decorativista, si lo es por servilismo, queda esencialmente deslegitimado, pero un artista que mediante un honestísimo forcejeo autoclarificador acaba consiguiendo una armonía "simpática", es decir, sintonizadora, no tiene por qué pedir perdón a nadie. ¿Acaso, en este superior sentido, Tàpies no es decorativista? ¿no lo es ese impresionante Guinovart maduro que domina un código depurado a lo largo de toda su vida?

    Tal vez la impresión que suscitan los cuadros de Penadès proceda de una mirada innata elegante y quitemos a la palabra elegante cualquier veleidad de moda convencional, es decir, no hay que interpretar elegante como elogio de un vestuario, porque en el caso de la pintura se estaría diciendo que el pintor viste sus conceptos. Utilicemos la palabra elegante como expresión de una distinción natural y aquí sí tiene pleno sentido para la pintura de Penadès. Es una pintura con distinción natural para observar y ratificar, se valga del óleo, de la pintura acrílica o de la combinación resina-pigmento que tan excelentes resultados le ha dado en los últimos años. Obsérvese cómo en las propuestas plásticas más agresivas (en general las formas orgánicas del año 1985) o en las casi lúdicas (Matèria i traç o Matèria i gest) el pintor consigue una armonía tranquilizadora del contemplador, a la manera como pueden conseguirlo Saura o Viola, sin duda los dos pintores más "elegantes y decorativistas", en el buen sentido de la expresión, de toda la pintura informalista española. En el resultado de textura y color no se percibe la voluntad de halago, sino el previo halago del pintor consigo mismo. Es decir, de la misma manera que es evidente que todo escritor escribe para un lector que lleva dentro, que es él mismo, desdoblado, todo pintor protagoniza un juego idéntico. Si Penadès autoriza una pintura es porque le gusta, es decir, la ha autorizado, se ha convertido en su autor, la ha asumido. ¿En qué momento se separa la desición de autorizar de la de hacer? Así el estilo, y la elegancia forman parte de él, es el que el autor se autoriza a si mismo, no el que le exige una clientela temiblemente corruptora.


Catalunya, 1983.
Acero, 300x200x150 cm
    Junto a las pinturas, Agustí Penadès ofrece sus esculturas. Yo le conocí primero como escultor, luego como pintor y en la relación escultura-pintura podía establecerse una inmediata racionalidad. La perfección del buen artesano impregnaba aquellas piezas escultóricas "tan bien hechas", tan ensimismadas pero al mismo tiempo tan ofrecidas al gozador exterior. A mí me gusta mucho el Penadès escultor, un tanto relegado por el Penadès pintor, quizá porque la legitimidad escultórica la tenía más fácilmente al alcance de sus manos artesanas (al fin y al cabo esculpir es desocupar espacio por el procedimiento de ocuparlo vaciándolo) y en cambio la pintura era una diosa de más difícil conquista. Las esculturas que yo le conozco parten de la idea del vaciado de lo geométrico convencional o de la búsqueda de una nueva significación a la materia muerta, algunas veces, cuando interviene la madera, como buscándole una original intención totémica. Pero Penadès se plantea grandes esculturas al aire libre y pocas veces los sueños megaterios pasan por los filtros de una cultura subvencionada, y sin embargo, armado de sus potingues y sus utensilios elementales, el Penadès pintor es dueño de ese lugar del espacio en el que pone los pies un instante antes de intervenir en él mediante su pintura. Es entonces cuando puede asumir plena, solitariamente su condición de artista y desencadenar las articulaciones informales del inconsciente dominado por la experiencia y la reflexión, se apresura a decir, o sea, dirigido por el saber, técnico y conceptual. Ese tremendo autocontrol tal vez sea la clave de esa lograda armonía, desde el rechace parcial a la pintura-temperamento, gestual, tachista, Penadès tiene una fórmula que suele proponerse y proponer en sus momentos de autoclarificacíón teórica: "hay que utilizar la fuerza renovadora del inconsciente, origen de toda verdadera creación, la experiencia, la intuición, la metafísica". La metafísica, sí, que nadie se asuste. Al fin y al cabo la metafísica es aquella parte de la Filosofía que se ocupa de las verdades más generales del universo... más allá de la física. Y ahí está la clave connotativa de la pintura de Penadès. Más allá de la física, de la materialidad pero a través de la materialidad, de lo orgánico, de lo fisiológico, un viaje de acceso al territorio del espíritu, desvelado mediante el color, la materia, la postformalidad. En cierto sentido el adjetivo que mejor le cuadra a la pintura de Penadès es el de metafísica y lo empleo sin ningun engorro, considerando que el propio pintor ha sido casi siempre un pintor metafísico sin saberlo, como aquel personaje que de pronto un día se sorprendió de que estuviera hablando en prosa. ¿Acaso la pintura postformalista no ha sido siempre pintura metafísica? En cuanto las formalizaciones matéricas, significativas, crómicas se liberaron de los límites de los cuerpos y las cosas, accedieron a la condición de lo metafísico y Penadès se inscribe en una tradición moderna que fue vanguardia, lo que tardó en formar parte de una familia más del plural sistema pictórico.

    Al nivel que ha llegado su pintura, en el inicio de su internacionalización, Penadès ha querido verse totalmente, desde la perspectiva de veinticinco años de constructor de sí mismo, rastreando sus códigos de hoy hasta encontrar la fuente original del pasado. Es una magnífica oportunidad para ver al completo cómo evoluciona un código y cómo se autoconstruye un gran pintor.