M.V.M.

Creado el
18/2/2002.



O nacen o se hacen, prólogo por Manuel Vázquez Montalbán a

Los hijos del 20-N

de Mariano Sánchez Soler, editado por Temas de Hoy, Barcelona, 1993


    Cuando reaparece la preocupación por las muestras de rebrotes de fascismo, normalmente la reflexión va al encuentro de la memoria histórica y sanciona: «Es cierto que quedan bolsas residuales de nostálgicos del nazismo o del fascismo, pero son sectores aislados, en buena parte formados por viejos nostálgicos, por otros sectores de la población que han hecho suyo el agravio de los vencidos en la Segunda Guerra Mundial y finalmente por los jóvenes que abrazan la simbología del fascismo porque la ven oficialmente condenada y en consecuencia, la mitifican». Considerar que los rebrotes de fascismo es sólo eso, significa ponernos en marcha hacia el no entender que los fascismos han recibido el nombre de la concreta experiencia política totalitaria de la Italia mussoliniana, entre la Marcha sobre Roma y el ajusticiamiento-linchamiento de Mussolini, pero son algo más que una peripecia histórica y su nostalgia o tentación: son recursos larvados de alternativa autoritaria a la organización democrática, activados por condiciones materiales de crisis económicas y por la reactivación del miedo a la libertad en la convocatoria de las masas contra las libertades llamadas formales.
    En España era lógico que la cuestión se abordara desde la propia y peculiar experiencia histórica del franquismo. Es el fascismo a la española, por más que algunos científicos sociales, por lo general algo vinculados, plena o tangencialmente, con el franquismo en algún momento de su vida o de la de algún familiar íntimo, hayan tratado de rebajar el carácter fascista del franquismo calificándolo simplemente de autoritario. El peculiar fascismo español, como el italiano o el alemán, representaba una respuesta común de la época del miedo a la de identificación y pérdida de rol de las capas medias ante el avance del entonces llamado proletariado y el doble juego cínico de las oligarquías utilizando la fuerza de choque de esas masas asustadas para recuperar una hegemonía totalitaria, frente a la finalmente resistible ascensión del movimiento obrero. En interrelación con esta sublimación ideológica y estratégica de unas necesidades materiales, cada cultura nacional-reaccionaria ponía el detalle, que en todos los casos —fuera el italiano, el alemán o el español— lo marcaron poderes fácticos como la Iglesia y el Ejército. Curiosamente, en España, Iglesia y Ejército llevaron a su molino lógico el movimiento de masas de la Cruzada y de la siempre aplazada revolución nacional-sindicalista, por eso el fascismo español se pareció siempre tanto al reaccionarismo tradicional de la España de la Contrarreforma.
    Otra peculiaridad española es el transcurso biológico de la experiencia, por cuanto el periodo de mandato de excepción cumplió todo su ciclo y no fue frustrado por una guerra mundial (Italia y Alemania) o por una sublevación militar revolucionaria (Portugal). El general Franco murió en su cama, recibió toda clase de honores póstumos y todavía hoy, dieciocho años después de su muerte, no se ha practicado una revisión pública, sistemática de su nefasta ejecutoria, porque no fue vencido políticamente, sino biológicamente. El nuevo fascismo español es en parte hijo del viejo, pero sobre todo responde a los factores de modernidad de la crisis de identidad de la juventud sometida a toda clase de precariedades derivadas de la quiebra de la cultura del trabajo tal como la connotó el pasado, desde Adán y Eva hasta esos arteros chips que sustituyen tanta mano de obra. Responde también a la aparición de una nueva marginalidad, en Europa no estrictamente compuesta por pobres tradicionales, puesto que a trancas y barrancas funciona el Estado Asistencial, sino también por una nueva consciencia de pobreza del ciudadano sumergido, en relación con la ciudadanía emergente, la que marca las pautas del ser o no ser social. El referente del ciudadano emergente es a la vez abstracto y concreto: es el que más consume y más decide o, mejor dicho, aquel que se considera miembro de la mayoría cualitativa emergente que más consume y más decide, aunque pocas veces se plantea qué consume y qué decide.
    Esta nueva situación propicia caldos de cultivo para el huevo de la serpiente irracional-autoritaria, desde la convención de que las serpientes son malas, pero serpientes cariñosas, tímidas y domesticadas también las hay, y es que a la hora de encontrar animales que reflejan la maldad y la crueldad, ¿por qué recurrir a animales fatalmente irracionales como las serpientes y no los conscientemente irracionales como los fascistas? Dejo pues la metáfora en su nivel justo. Hay caldo de cultivo para el esperma neofascista y si vivimos un tanto en el criterio de que todo eso está controlado se debe a que los brotes fascistas entre nosotros son recibidos como residuos de un pasado aún demasiado inmediato, más que como síntoma de las nuevas condiciones que los hacen posibles.
    El libro de Mariano Sánchez Soler llega en el momento oportuno, en la inflexión entre lo que puede quedar de las tramas negras sofocadas durante la etapa de UCD, hechos que sin duda están entre los secretos de estado de la caja fuerte de Martín Villa, y esos rebrotes a los que se refieren los medios de comunicación de masas, desde la jerarquía de valores informativos de las sorprendentes formas que adoptan los nuevos fascistas e igualmente sorprendentes sus instrumentos de violencia y muerte y sus objetivos: pobres pertenecientes a otras etnias o pobres de la propia etnia, tan pobres y caídos que les ofenden por su simple existencia como colegas de ciudadanía. Sánchez Soler reúne en este libro su saber hacer de periodista de investigación y de excelente novelista policiaco, de los que creen además que la novela policiaca es una vía de conocimiento social que contribuye a hacer necesaria la operación de fabular, escribir y leer. En este caso, el trabajo de Mariano no es la escritura de una fabulación, sino de una comprobación basada en la investigación, aunque el estilo y la forma de exposición desvele al novelista que hay detrás.
    Se han hecho algunos esfuerzos mediáticos para avisar de la existencia del nuevo fascismo, aquí, ahora, pero ninguno, yo creo, como este sistemático trabajo de Mariano Sánchez, a partir del cual no estaremos en condiciones de autotranquilizarnos desde el recurso de juzgar lo que el autor desvela como excepciones que confirman la regla de la pax democrática vitalicia. El autor arriesga denuncias concretísimas, llama a las cosas por su nombre y a los responsables casi siempre por sus apellidos y acierta a ensamblar el posible fascismo de hoy con el fascismo de ayer, insisto que modificada en España esta relación por el especial sustrato de nuestro reaccionarismo. Inventario suculento para estudiosos futuros y curiosos presentes, aunque algo ausentes, sobre el quién es quién y el qué es qué, ese inventario sólo ya sería suficiente justificación para responder por la bondad y necesidad de este libro, si no fuera al mismo tiempo un espléndido reportaje cultural realizado desde la mejor ética de la única policía del espíritu que puede juzgarse positiva: la que vigila que las libertades no sean de quebradiza espuma, fácil de descomponer de un manotazo, sino hechas de materiales consensuados, participados, conscientes de que las libertades son instrumentos de cambio y no de parálisis. Da miedo lo de siempre. Que aquellos más empeñados en reducir las libertades a abstracciones bienintencionadas son los primeros que luego se sorprenden, y en muchos casos se acomodan, cuando aparece la brutal concreción totalitaria del fascismo. El fascismo nunca se equivoca de objetivo y desde el desorden aparente, incluso a veces estrafalario, de su gestualidad se mueve con paradójica precisión lógica hacia la finalidad de mantener los más injustos órdenes.