M.V.M.

Creado el
21/2/2004.



Nota sobre globalizadores y globalizados, prólogo por Manuel Vázquez Montalbán a

Geopolítica del caos

de varios autores, editado por Le Monde Diplomatique, 2000


    Tras una guerra fría en la que ha vencido el capitalismo y en teoría el pensamiento liberal, cada vez menos corregido por el socialista moderado, se configura una oferta de pensamiento único social-liberal que en realidad ratifica un neodeterminismo histórico pancapitalista y la inevitabilidad de la hegemonía de la lógica económica sobre los proyectos políticos. De hecho, el pensamiento único es la consagración del economicismo subyacente en la ideología neocapitalista. La tendencia del pensamiento único social-liberal es desprenderse de la alianza con los criterios distributivos impuestos por keynesianos y socialistas moderados, conservados como alternativa al modelo socialista radical y juzgados ahora meros obstáculos para un modelo de crecimiento neoliberal irreversible, al precio de la desigualdad y del progresivo sufrimiento de inmensas mayorías condenadas a una marginalidad factual.
    Se trata de una propuesta tan mesiánica como pudo serlo el maoísmo y plantea el mito utópico del final feliz de la Historia como una foto fija en el presente. En este caso el mito no es relato fabuloso de lo acontecido en el pasado, sino la promesa no menos fabulosa de la plenitud a la que puede conducir el economicismo sin trabas políticas impuestas por la contradictoria piedad por los más débiles. Pero el economicismo es una lógica ciega y sin la menor finalidad humanista. Objetivamente sólo interesa al establishment global y a sus delegaciones provinciales preferentemente en los países del Norte y a continuación en los del Sur. Parte de la promesa de que si se crece, crecen todos, ampliamente desmentida por la realidad y no tiene en cuenta ni el sufrimiento social del crecimiento, ni el sufrimiento de la naturaleza amenazada. El economicismo ha desacreditado el pensamiento crítico, como traté de demostrar en Panfleto desde el planeta de los simios, para asegurarse el crimen ideológico perfecto y sin posible contestación eficaz. ¿Qué instrumentos culturales e informativos en general hay frente a la fabulosa orquestación mediática del pensamiento único?     Un examen de la geopolítica fin de siglo demuestra que cada diferencia entre miles de diferencias cuestiona la estrategia y el logro del pensamiento único, como la geografía de los conflictos sociales e inter-estados cuestiona la hipótesis de partida del final de la Historia: desde la quiebra africana hasta el despiece programado de Yugoslavia, pasando por las nuevas formas de insurgencia latinoamericanas. El final de la Historia ha sido decretado en siete ocasiones, coincidiendo con etapas de euforia de sujetos históricos dominadores. La burguesía prusiana utilizó a Hegel para decretar el final de la Historia y el bloque de poder global economicista ha utilizado a Fukuyama. Eso es anécdota. El capitalismo crea sus propias contradicciones y conflictos lógicos, así en los tiempos de Marx como en los del pensamiento único que en Europa y en España se ha extendido durante las transiciones compartidas, la del franquismo a la homologación neocapitalista también llamada modernidad, en España, y la del tránsito desde las expectativas de cambio a la parálisis de las expectativas de progreso en la Europa feliz y confiada. Ambas transiciones se han decantado progresivamente hacia la orquestación del pensamiento único ofrecido bajo diferentes estuches. Tanto la oferta social como la popular figuran bajo los esquemas globalizados del socioliberalismo, con una progresiva tendencia a desprenderse de la ganga social. La pérdida de autonomía del poder político frente al económico ha tenido en Europa una reciente y dramática escenificación en la caída de Oskar Lafontaine, ministro socialista, producto del rechazo del poder económico a sus proyectos reformistas.
    Recién caído Lafontaine he leído en la prensa española que uno de los graves problemas de Europa es que no tiene una clase política a la altura de la clase económica. Ignoro si el analista y presunto economicista es o no hijo natural de un presidente del Bundesbank presente o futuro, pero se apunta a la vanguardia ideológica más mesiánica que predica el final de toda autonomía política frente al neodeterminismo del poder económico. El acoso y derribo de Lafontaine deja sobre la mesa el problema de la progresiva incapacidad del poder político para fijarse objetivos sociales que la economía debe secundar.
    Si uno de los motivos de la caída del socialismo real fue un economicismo planificador que olvidó cualquier propósito humanista, el moderno capitalismo reserva a los políticos el mero papel de policías y jueces del autoritarismo del mercado, sin permitirle salirse de pautas predeterminadas por los centros de poder económico y financiero. No les importa el aumento progresivo de marginalidades de nuevo tipo que se suman a las de siempre. Para eso están las leyes, las cárceles, la violencia estructural del Estado, que para eso sí sirve, y si no sirve habrá que recurrir a policías y cárceles privadas que disuadan a los que se rebelen contra el horror económico.
    Felipe González llamó la atención sobre la progresiva pérdida de autonomía del poder político y aunque se sospechara que su preocupación se debía al acoso qué estaba recibiendo de los medios de comunicación y de la judicatura, estaba expresando un problema real que el caso Lafontaine ha puesto sobre el tablero no del tercer o cuarto mundo, sino sobre el tablero europeo. El poder económico ya no necesita militares golpistas, ni poderes de excepción fascistas, ni una represión explícita. Le basta la amenaza de que no va a crear puestos de trabajo.

    El nuevo terror economicista neoliberal no parece incontestable y me baso en dos hechos vividos e interpretados en Argentina y México y que relacionan la esperanza insurgente con el imaginario del Che y con la realidad del subcomandante Marcos.
    Septiembre de 1996, una manifestación de estudiantes argentinos rememoraba por las calles de Buenos Aires la oprobiosa noche de los lápices, el asesinato en 1976 de nueve escolares de enseñanza media perpetrado por la Junta Militar. En la esquina de Callao con Corrientes asistí a una concentración de masas que parecía venir del túnel del tiempo anterior al diluvio, anterior al holocausto de las izquierdas latinoamericanas perpetrado fríamente en el espacio de tiempo que media entre la caída de Goulart y los diferentes genocidios del Cono Sur. Miles de estudiantes bajo el lema «¡Venceremos!» y los iconos del Che sobre sus cabezas, revestido Guevara de nuevo de su condición de referente romántico para una generación. Empleo la palabra romántico con el inmenso respeto que me merece el compromiso romántico de los luchadores sociales de los dos últimos siglos, algunos motivados por su conciencia de clase y otros llamados por hechos de conciencia tal como los asimiló el Che: las quiebras en la realidad que demuestran el desorden oculto por el orden establecido.
    Como una pesadilla para el pensamiento único, para el mercado único, para la verdad única, para el gendarme único, emerge de nuevo el Che como sistema de señales de la insumisión, una provocación para los semiólogos y para la Santa Inquisición del integrismo neoliberal. No como un profeta de revoluciones inútiles sino como una desalienadora proclama del derecho a rechazar que entre lo viejo y lo nuevo sólo se pueda escoger lo inevitable y no lo necesario; la libertad fundamental de reivindicar lo necesario. Más allá de la metáfora, ante un milenio que quiere reconsagrar el papel del yo frente al nosotros como legitimación del derecho a la victoria y a la pernada del más fuerte, el ejemplo del Che apuesta por toda finalidad emancipatoria más allá incluso de la retórica revolucionaria convertida en el código obsoleto de lo que pudo haber sido y no fue. El Che es válido porque antepuso una actitud moral ante el conservadurismo de las derechas y las izquierdas y resucita en plena evidencia de que hay que volver a aprehender qué mundo nos preparan y de que hay que volver a aprender a hablar para liberarnos de las palabras demasiado totales y absolutas demonizadas por el fracaso de la confusión. La gestualidad vivencial de Guevara recupera el derecho del yo a ser solidario sin pedir perdón por haber nacido.
    La manifestación de estudiantes que presencié en Buenos Aires se celebraba pocos días después de que Sanguinetti hubiera reunido en Montevideo a un puñado de estadistas y sociólogos para intercomunicarse la perplejidad ante el fracaso de la revolución economicista basada en la alianza entre los militares locales y los másters de Chicago: los militares destruyen a los antagonistas y los economistas reconstruyen una sociedad hegemonizada por un millón de nuevos ricos y amalgamada por los actos reflejos de los terrores heredados. Ni siquiera por ese camino el sistema puede prometer no ya la felicidad, sino el crecimiento continuo según su propia lógica. Lo que fue evidencia a puerta cerrada es evidencia en la geografía de todo el sistema. Cada vez que el imaginario del Che se alza por encima del skyline de las multitudes se rompen las conspiraciones del pensamiento único, del partido único, de la verdad única, del mercado único, del gendarme único y a los palanganeros intelectuales del sistema se les escapa una breve risa histérica de suficiencia.
    El aniversario del asesinato del Che tuvo como resultante contradictoria que un miembro del staff militar boliviano, cómplice de su asesinato, el general Banzer, vuelve a ser presidente de Bolivia, esta vez democráticamente, y que la literatura sobre el Che ha vuelto al camino, como prueba de la curiosidad que sigue despertando la razón romántica en tiempos de dictadura de la razón pragmática a su nivel más degradado. Si hace un año aproximadamente se publicó la biografía novelada del Che del escritor mexicano Paco Ignacio Taibo o la interpretación politóloga del también mexicano Castañeda, el libro de Pierre Kalfon Che Ernesto Guevara. Una leyenda de nuestro siglo nace bajo la evidencia suscrita por Régis Debray de que las leyendas son las cosas verdaderamente serias. Biográfico e interpretativo, el libro de Kalfon es fruto de un rastreo sistemático y llega a conclusiones que no se refugian en el limbo. Para unos serán conclusiones infernales y para otros celestiales. Del trabajo de Kalfon destaco la oposición del imaginario del guerrillero incomunicado, Guevara, y del guerrillero mediático, el vicecomandante Marcos, tal vez Guevara fuera el último representante de la dramaturgia de la revolución armada y Marcos el primero de la revolución televisada, a pesar de que Frank Zappa cantara en los años sesenta: No. La revolución no será televisada... En cualquier caso, Guevara y Marcos parecen hijos de aquel encuentro mágico o tal vez exclusivamente lúdico entre Marx y Rimbaud soñado en todos los mayos de los años sesenta: cambiar la Vida, cambiar la Historia.
    El retorno de la iconografía del Che tiene diversas causas. Se necesitan mitos transgresores para tiempos en los que la transgresión no parece tener ninguna finalidad histórica, se consuma en sí misma y ante la mirada de una clientela social amenazada por todos los miedos y desprovista de cualquier esperanza, tan transgresora puede parecer lady Di como el Che. No todas las lecturas del retorno del Che deberían ser tan desencantadas. Sobrevive una sombra de la memoria del Che como emancipador transmitida de padres a hijos y convertida en mercancía mediática con motivo del veinte aniversario de su muerte. Que una parte de la sociedad se apropie de un referente simbólico quiere decir que lo necesita, que sacia alguna de sus necesidades y el Che sería consumido como el médium de la propia consciencia irritada ante el falso orden establecido y el desorden que ocultaría. También podría interpretarse el retorno guevariano como fruto de la selección de un valor revolucionario puro, de un profeta vencido pero puro más allá de tanto profeta vencido y además impuro, después de todas las catástrofes sufridas por las utopías revolucionarias materializadas tras la revolución soviética. El revolucionario que una vez ganador de la revolución cubana no quiso instalarse como un burócrata, sino que encarnó la aspiración del internacionalismo revolucionario hasta el sacrificio personal sigue ofreciéndose como una obra abierta, rey Arturo que un día volverá a implantar la libertad y la justicia, un rey Arturo beneficiado por excelentes fotografías, en vida y en muerte, que han dado a su máscara fúnebre calidades de sudario santo, de santa sábana reproduciendo el rostro del justo asesinado. Estamos ante un caso de romanticismo militante que al reaparecer con tanta fuerza en el mercado de los símbolos demuestra una carencia de vitaminas históricas, un evidente raquitismo épico y lírico, es decir, la perpleja orfandad de los consumidores de la Historia pasteurizada.
    La revuelta zapatista, el mismo día en que superestructuralmente el México neoliberal de Salinas entraba en el primer mundo mediante la firma del acuerdo de libre comercio con EE UU y Canadá, fue un ruido que rompió el espejo trucado del desarrollismo sin límites de la aldea global. Sitiador sitiado, Marcos y el zapatismo se han convertido en la metáfora de la rebelión del globalizado. La respuesta represiva del poder fue muy poco liberal. Tras la matanza de indígenas zapatistas de Acteal a cargo de paramilitares teledirigidos por caciques priístas se dudó incluso de que Marcos siguiera vivo. De pronto emergió el subcomandante con la declaración de julio mediante una espléndida epístola condenatoria de la hipocresía del gobierno mexicano y del orden global, epístola con citas de Antonio Machado, de Juan de Mairena, para ser más exactos, el más grande pensador liberal de todos los tiempos que han sido pensados: «Al hombre público hay que exigirle fidelidad a la propia máscara, pero más tarde o más temprano, sostiene Mairena, hay que dar la cara». Y de todas las máscaras, flagela Marcos, la más enmascaradora es la de la soberanía del Estado mexicano, de un Estado que ha vendido miles de empresas nacionales para que les salgan las cuentas, de la modernidad, o la máscara de la democracia en un país lleno de desaparecidos y bandas paramilitares caciquiles. Cita el subcomandante a Shakespeare, a Carlos Fuentes, a Galeano, a Miguel Scorza, da acuse de recibo del Panfleto desde el planeta de los simios cuando cita: «La operación de descrédito de la razón crítica fue protagonizada por una beautiful people intelectual, compuesta mayoritariamente por ex jóvenes filósofos, ex jóvenes sociólogos y ex jóvenes líderes de opinión que conocían los caminos que llevan a la mesa del señor, según la antigua enseñanza del escriba sentado». Esos señoritos han puesto la música de la represión y el PRI y sus incontrolados la letra y la metralla, mientras se lanzan campañas paralelas de desprestigio del obispo Samuel Ruiz señalado como un fundamentalista, del subcomandante acusado de impostura o de la misma Rigoberta Menchú, en otro tiempo auspiciada por Salinas de Gortari y una campaña en defensa de la soberanía nacional, al parecer allanada por los cooperantes que van a Chiapas para evitar que en México haya más desaparecidos, que México deje de ser «...un agujero negro en la protección de los derechos humanos», según calificación de Amnistía Internacional. En su informe de 1997, Aministía ofrecía una reveladora geografía de la violación de los derechos humanos de la que destacan las referencias a Estados donde se está en plena orgía de modernización neoliberal. La guerrilla zapatista parece sitiada en la selva, pero a su vez ha puesto en estado de sitio al gobierno del PRI y al simulacro de Estado nacional priísta en liquidación. Tal es así que al comienzo de 1999, revistas como Letras Libres, continuadora del espíritu octaviopacista de Vuelta, dedica sus dos primeros números al acoso y derribo del zapatismo, y Proceso edita un número especial de recordatorio de lo que ha significado el zapatismo como elemento de ruptura del espejo trucado de la realidad mexicana. Sin desperdicio la entrevista de Juan Gelman a Marcos, una auténtica lección de teoría literaria a dos voces. Tengo bastante leído a este submilitar y no le he pillado en ningún desliz de argot convencional marxista leninista, como si hubiera renunciado a esa continuidad acústica de la que hablaba Sloterdijk en En el mismo barco. Esa continuidad acústica que es un fin en sí misma, que morirá con la tribu que la avala, que nada rompe ya incluso cuando pronuncia palabras de ruptura. Marcos ha vuelto a poner nombre a las reivindicaciones desde una nueva poética, porque parte de un sujeto histórico de cambio realmente existente: el globalizado frente al globalizador.

    El poder global mediático trata de dejar al perdedor social sin identidad, puesto que no ha conseguido parecerse al globalizador presente en la propaganda de consumo. He tenido la suerte de ver una colección de fotografías de Sebastião Salgado, hechas en el mundo globalizado (Angola, Mozambique, Brasil, Bolivia, el Chad, México...), fotos de seres humanos trabajando como esclavos, de niños asustados como adultos, de pieles humanas maltratadas por todas las erosiones, de botas militares pisoteando ojos. En la aldea global la mirada se pierde por las autopistas de la información en busca del infinito. Alguna vez escribí:

Inútil escrutar tan alto cielo
inútil cosmonauta el que no sabe
el nombre de las cosas que le ignoran
el color del dolor que no le mata
inútil cosmonauta
el que contempla estrellas
para no ver las ratas

    La mirada global, como su dimensión indica, globaliza y nos retiene en la muerte plana de una fotografía en la que todos vivimos en Manhattan, sociedad abierta y el que no vive en Manhattan, ¡Ah! ¿Vd. no vive en Manhattan? ¿Cómo lo ha conseguido? Los que no viven en Manhattan sólo salen en las fotografías cuando matan o cuando mueren obscena, inquieta, excesivamente desde luego; los terremotos o los huracanes no son globales, seleccionan con instinto de clase a los globalizados, no a los globalizadores. Lo que no es televisado no existe, lo que no es contemplado no vive y en el subsuelo metafórico de la aldea global la inmensa mayoría sube las colinas como hormigas o baja a los infiernos como pecadores para demostrar que el movimiento se demuestra huyendo del hambre o de la muerte y que de ese impulso nacieron los recordmen de cien metros lisos, los juegos olímpicos en general y las mejores escenas del cine cómico y mudo.
    Sebastiáo Salgado ha recorrido la geografía globalizada y ha sorprendido a la humanidad explotada cual insectos cargados como mulas, ritmos visuales indeterminados los cuerpos, estos cuerpos ¿tienen alma? o sólo tienen músculos depredados ante los que el obrero lector de Bertolt Brecht se preguntaba:

¿Quién construyó Tebas la de las siete puertas?
En los libros figuran los nombres de los reyes
¿Arrastraron los reyes los bloques de piedra?
Y las varias veces destruida Babilonia,
¿quién la reconstruyó otras tantas?
¿En qué casas de la Lima que resplandecía de oro vivían los obreros de la construcción?

    Y si es cierto que lo más profundo del hombre es la piel, el fotógrafo ha captado seres encuadernados en piel humana, su historia personal convertida en un código de tantas arrugas como cicatrices. Y si es cierto que los globalizados también tienen mirada, el fotógrafo la ha encontrado escondida tras el recelo o bajo las botas que pisan los ojos que las miran. Si el subcomandante Marcos considera que su máscara denuncia la máscara del globalizador y que la revuelta indígena es el espejo donde se descubre toda la falsedad del primer mundo, Sebastiáo Salgado contribuye a la globalización de la metáfora. Toda metrópoli sumerge a sus indígenas en la no identidad, pero cuando el fotógrafo consigue demostrar que hay genocidio, los emperadores quisieran convertir su demostración en antropología o en una contribución aséptica a la fotografía étnica.
    Enseñar el hormiguero, la piel, los ojos de los perdedores es subversión, y no tardará en estar prohibido, primero en los mejores supermercados y a continuación en los códigos más absolutos del imperio, donde sólo estará permitida la mirada global del final feliz en el Día de Acción de Gracias.

    Habría que evitar la globalización del pesimismo, para lo cual será indispensable una batalla cultural en la que este libro se inscribe. El concepto de globalización cultural parece creado para reflejar la definitiva unificación del mercado mundial, la definitiva victoria del sistema capitalista, pero podríamos haber hablado de globalización a lo largo de una buena parte de este siglo, desde el momento en que aparecen medios de transmisión de cultura globalizadores, que tienen capacidad de considerar el mercado como si fuese universal, basado en códigos y en instrumentos que mundializan el discurso. Ya existía una globalización cultural antes de la caída del muro de Berlín, perfectamente estructurada según la pauta dominante condicionada por las consecuencias de la revolución industrial y por la lucha de clases nacional e internacional, que había marcado las grandes tendencias del debate cultural del siglo.
    Hay que entender la cultura como patrimonio y como formación de consciencia: como patrimonio entendemos la acumulación del saber que ha servido para explicar el mundo, la relación del ser humano con la naturaleza y los otros y la capacidad de proyectar esa relación de cara al futuro. Se han acumulado unos conocimientos específicos en cada una de las disciplinas, en cada una de las interrogaciones que el ser humano ha tenido a lo largo de la historia y que constituye lo que llamamos el saber, el saber que heredamos de las promociones anteriores.
    La cultura también como la renovación de la conciencia sobre lo que necesitamos saber para explicarnos a nosotros mismos, ahora y mañana, es una necesidad de primer orden. En el caso español, durante la etapa del franquismo, la parte patrimonial de la cultura, es decir, el acceso de lo que era el saber del pasado, estaba controlado por los aparatos fiscalizadores del Estado que filtraban la memoria cultural e histórica que les interesaba y controlaban también la capacidad de crear conciencia, es decir, el saber que necesitábamos para concebir proyectos de futuro también pasaba por los filtros de la censura previa, de la represión política, de las brigadas politicosociales, la tortura, etcétera.
    Estos mecanismos, en general, se pueden aplicar a una concepción cultural global: tanto la percepción patrimonial, lo que sabemos en un momento determinado, como la necesidad de ir renovando nuestra conciencia con vistas a un posible proyecto de futuro, con vistas a una posible esperanza evidentemente laica. Hasta el año 1990, por poner una fecha que no quiere decir nada (las líneas imaginarias siempre son más desorientadoras que orientadoras), alrededor de la caída del muro de Berlín, la cultura global del mundo estaba marcada por la lucha de clases y por el choque de dos optimismos fuertemente concienciados: el optimismo burgués y el optimismo marxista, simplificando lo que podría ser una cultura de izquierda o la cultura hegemónica dentro del territorio de la izquierda. Se basaba en una idea de progreso: el crecimiento es continuo en el ámbito material y también en el espiritual. Este optimismo implicaba que cada conocimiento era mejor que el anterior, era acumulativo y al mismo tiempo decrecía la capacidad de error en la percepción del saber. Se consolidaba una idea progresiva de crecimiento continuo, que en clave política y cultural se manifestaba en las «vanguardias»: cada vanguardia significaba avanzar un paso más en este crecimiento continuo del espíritu.
    En el terreno de la prosperidad y de la economía los saltos de modos de producción corrían a cargo de sujetos históricos cambiantes: el modo de producción feudal, el modo de producción capitalista, el modo de producción socialista, finalmente interpretados por la nueva clase obrera llamada a ser dominante. Pero a partir de los años setenta se impuso un pesimismo histórico ocasionado por diversos factores: el decreto del grado cero del desarrollo: la presunción de que el crecimiento continuo material tenía un límite; el contraste entre la idea de crecimiento, por una parte, y el conservacionismo del medio aportado por la ecología; la crisis energética, que significaba que determinados bienes que habían posibilitado un determinado desarrollismo eran perecederos. Este pesimismo contrasta con el optimismo que había desarrollado la década de los sesenta, la de las grandes expectativas en la liberación del ser humano, incluso en la posibilidad de revoluciones blandas, asociadas a la idea de reconstrucción de la razón no violenta, la liberación sexual aportada por la llegada de la píldora anticonceptiva. Nada queda de aquel optimismo, arruinado por la crisis energética, el descrédito de la última utopía emancipatoria global, el sida, este papa, la crisis del mercado de trabajo, el pesimismo ecológico. Pero aún faltan meses para el final del milenio y espero que Geopolítica del caos nos ayude a salir del desorden, del caos. Poner nombre a lo que nos destruye nos ayuda a defendernos.