M.V.M.

Creado el
11/05/2018.


Manuel Vázquez Montalbán a

SOBRE EL EJÉRCITO LINGÜÍSTICO DE OCUPACIÓN

Prólogo al libro Por vivir aquí, antología de poetas catalanes en castellano (1980-2003), edición de Manuel Rico.

Bartleby editores, Madrid, 2003


Saludar la evidencia de casi veinte excelentes poetas en lengua castellana residentes en Cataluña requiere una cierta revisión crítica de la supervivencia de una lengua literaria en una nación que tiene como lengua propia el catalán. En los tiempos del transfranquismo, hasta María Aurelia de Campmany se refería a los ciudadanos catalanes que escribían en castellano como miembros del ejército de ocupación lingüística, queja motivada por la imposibilidad de normalización lingüística del catalán y emitida a pesar de que la inmensa mayoría de ese supuesto ejército de ocupación lingüística era, éramos, partidarios de la normalización, incluso de la hegemonía del catalán como lengua propia de Cataluña. A partir del final de la guerra civil, el franquismo había jugado social y culturalmente la carta de la quinta columna españolizante por el procedimiento de forzar movimientos migratorios de nuevo tipo hacia Cataluña, obligados a instalarse en periferias urbanas, en guetos, y sin la posibilidad de integración cultural que habían caracterizado a las anteriores oleadas de emigrantes gallegos, aragoneses o murcianos. La desaparición del catalán como lengua escolar y universitaria, también como lengua de los medios de comunicación, complementaba una operación de genocidio lingüístico que permaneció operante hasta después de la muerte de Franco, hasta la formación de la nueva Generalitat de Catalunya. Fue durante ese periodo franquista cuando abundaron los casos de catalanes que escribíamos en castellano no por una cuestión de buscar mayor espacio para nuestras hazañas, sino por motivos no siempre coincidentes y casi todos originados o bien en la preponderancia de la lengua familiar en casos de inmigración o bien en la imposibilidad de uso cultural e informativo del catalán que afectó incluso a escritores catalanes por los cuatro costados del alma. Y del cuerpo. En muy pocos, poquísimos casos se eligió el castellano por un cálculo de preponderancia sociolingüística o de prestigio cultural literario y casi siempre coincidieron esas elecciones con posiciones de catalanes franquistas congénitos o franquistas arrepentidos de pasados excesos catalanistas.

Tenían razón los críticos de la ocupación lingüística en que el fenómeno de una literatura de catalanes en castellano era nuevo, al menos en las proporciones cuantitativas y cualitativas que aportaban la novela y la poesía y muy condicionado por la situación de asfixia y supeditación de la lengua catalana. Incluso intelectuales como Castellet pasaron de ser canonistas de la literatura española en castellano a fundamentadores de una posible normalización del catalán literario o escritores radicalmente catalanes como Gimferrer se pasaron del castellano al catalán por problemas complejos, tal vez el más interesante, el agostamiento de la relación entre experiencia y lenguaje y la necesidad de una lengua revivificadora. Gimferrer intentó incluso escribir en francés. Otros escritores de origen inmigrante, asumieron el catalán como lengua de reidentificación o como acto de reparación y cito a Quim Monzó o a Villatoro como los ejemplos que se me ocurren de inmediato.

La polémica sobre el futuro de la cohabitación lingüística del catalán y el castellano en una Cataluña, y en una España, democráticas afloró en un singular número de Taula de canvi, revista dirigida por Alfonso Carlos Comín, muy influida por el PSUC, aunque no confesional, y abierta a otras posiciones de la izquierda. En aquel número se perciben colaboraciones de apocalípticos. Y de integrados. Y yo manifesté mi deseo de una hegemonía del catalán para que así, cautivo y desarmado el ejército de ocupación lingüística, pudiéramos seguir escribiendo en castellano sin mala conciencia. Es mucho más probable que la lengua elija al escritor que a la inversa.

Más de veinticinco años después del número de Taula de canvi, en Cataluña se ha operado una cierta normalización lingüística, aunque no un consenso sobre qué entendemos por normalización. Hay sociolingüistas pesimistas sobre la capacidad de supervivencia del catalán en competencia desigual con el castellano, por ser una lengua sin estado, y los hay más optimistas que admiten al menos un cambio positivo en la circunstancia fundamentadora. ¿Qué hacemos en este contexto los que escribimos en castellano? Ante todo comprobar que estamos un tanto en tierra de nadie y si la Generalitat no nos considera exponentes de la cultura catalana, tampoco el dirigismo cultural español nos acepta corno puristas del idioma, como si escribir en castellano sólo pudiera hacerse desde Valladolid, siendo vallisoletano e hijos de vallisoletanos. Al margen de estos juegos de aceptación o rechazo, los poetas aquí reseñados responden a los mismos prototipos censados durante el franquismo: o son catalanes que han elegido el castellano como lengua literaria o son catalanes de adopción, eufemismo emocional que no oculta la realidad sociologista de que es catalán todo aquel que vive y trabaja en Cataluña. En un momento de exasperación, de Getsemaní cultural, José María Valverde escribió que... "es catalán todo aquel que vive y trabaja en Cataluña, siempre y cuando no trabaje valiéndose del castellano".

Creo que pese a la dificultad implicada en toda revisión de hegemonías y sobre todo de hegemonías fundamentalmente condicionadas por victorias militares, la inteligencia de la mayoría de implicados en la cohabitación de las dos lenguas en Cataluña ha propiciado una situación vigilante, pero no conflictiva y por lo tanto destructiva. Vengan de Argentina o de Cuba o de Guadalajara, los poetas catalanes de adopción se legitiman si son buenos poetas, independientemente de la lengua escogida o de la lengua posible. Y en cuanto a los poetas catalanes de toda la vida y de toda la historia que siguen escribiendo en castellano, seguro que pueden aportar una justificación particular condicionada por el entorno o por el sustrato que les ha hecho poetas, justificación yo creo a estas alturas innecesaria por cuanto los problemas reales que tiene el catalán para su definitiva normalización, si es que existen este tipo de normalizaciones, no se deben a la supervivencia de un ejército literario de ocupación lingüística, sino en gran manera a cómo se fraguan las políticas de alianzas entre catalanismos y españolismos a más altos niveles de modelos de estado, de sociedad y de beneficios económicos.

Elegir una lengua para entender y entendernos modifica esa capacidad de entender y entendernos, pero no en lo que afecta a estrategias culturales democráticamente irreversibles: el derecho a la supervivencia de las lenguas desde un aspecto patrimonial y la necesidad de que sigan en tensión dialéctica con la realidad para convertirse en consciencia activa de los ciudadanos. Dejo para dos o tres generaciones futuras el arduo problema de si los poetas en castellano que viven una pluridimensional realidad catalana, pertenecen a la cultura catalana o a la cultura atlántica o del sudeste asiático.

No estamos todavía preparados para una respuesta inocente.