M.V.M.

Creado el
30/1/98.


Más sobre Quinteto:

1) Artículos de EL PAÍS

2) Crítica de Masoliver Ródenas

3) Crítica de Pilar Castro

4) Artículo de Vázquez Montalbán sobre Adriana Varela.

J.Navarro
Justo Navarro.
(Foto Julián Rojas)

El Asado Argentino de Carvalho

JUSTO NAVARRO

EL PAÍS, Babelia, 25 / 10 / 1997.


Ahora Carvalho vuela a Buenos Aires: ha de encontrar, por encargo de un tío de América, a un primo que anda escondido y perseguido, antiguo perseguido por la Junta Militar argentina, empeñado en ser perpetuamente perseguido. Carvalho huye a Buenos Aires para buscar a uno que huye: la huida es el estado perfecto de los seres, escribió una vez el poeta Vázquez Montalbán. Quinteto de Buenos Aires trata de una ciudad donde todo es grandiosamente grande, las fortunas y las ratas, paisaje de una novela negra: aquí, los malvados todopoderosos adivinan tus pasos antes de que tú quieras darlos, y hay un gordo excepcionalmente gordo y vulgarmente malo, y Ojos de Hielo vigila detrás de una cortina. Ojos de Hielo es el Capitán, músculo y fibra de puro mal, verdugo y padre amoroso, héroe de las Malvinas y los crímenes de la Junta Militar.
Los cómplices del detective son los buenos, si existen: "El mal existe, pero no el bien", dictamina uno de los personajes de Vázquez Montalbán. Está corrompido el mundo: "Nadie cree en nada y, cuando una sociedad se vuelve amoral, los detectives no tenemos nada que hacer", diagnostica el detective Carvalho. Todo ha sido destruido, como la ciudad del detective, Barcelona: aún no ha llegado Carvalho a ningún lugar del que no quiera irse, y los suyos no le merecen amor, sino compasión, y quizá esto sea el amor. Ahora Carvalho tiene cara de hombre que tiene miedo de no poder volver a su casa, porque su casa no está en ningún sitio, sino en un tiempo muerto.
La Buenos Aires de Carvalho es una novela negra escrita en presente: mansiones suntuarias y refugios de mendigos, cabarés de tanguistas y un ring de boxeo, tinglados portuarios abandonados y almacenes con herrumbrosas escaleras de caracol, manicomios y camisas de fuerza y locos que chillan mientras suenan las sirenas porque llegan los asesinos. Está triste la carne y todo lo ha leído y quemado el detective, que ahora, con una coraza que no le protege el corazón, revive todas las estratagemas de la novela popular: la mujer que no era quien parecía ser, la hija robada y encontrada al cabo de 20 años, la toalla con cloroformo contra la boca, la mano enguantada y el destornillador en la garganta. Y el escenario argentino impone sus personajes: el torturador tierno, la bella profesora de literatura, el psiquiatra de Jung y Freud y Lacan y Reich, el cómico judío, el rockero de coleta con artrosis y peluquín, los izquierdistas transfigurados en ministros fantoches elásticos y cocainómanos. Y el detective tiene un socio bonaerense: perfume y alfiler de corbata, un pobre elegante de los años cincuenta, 40 años después.
Dicen que las novelas populares nos dan la alegría de encontrar como si fuera la primera vez lo que ya habíamos encontrado muchas veces, pero Manuel Vázquez Montalbán quiere que hallemos la alegría de poder reconocer como vieja la vieja alegría de volver a encontrar lo ya encontrado: como el turista irónico que reconoce la trampa y el cartón de los escenarios turísticos que le enseña el guía, y se ríe. Quinteto de Buenos Aire tiene la exageración de los asados argentinos: "Un asado se mide por lo que sobra, no por lo que se come", dice la heroína de la novela; es la acumulación del telediario o de esos programas que ofrecen el espectáculo de la realidad con pausas musicales: al misterio del primo perdido y la niña robada se suman una cabaretera asesinada y estudiante de latín, un psicópata matricida, un Robinsón Crusoe chantajista y oligarca y un Viernes con sida y muerte por sobredosis, un anciano fantasma asfixiado con unas bragas, un hijo sobrenatural de Borges y un boxeador que, enamorado de su hijo adoptivo, está dispuesto a perder la vida antes que perder su cara de pugilista impune. Y, entre el placer de imaginar personajes que en sí mismos son aventuras, el lector asiste a una conversación moral: ¿conviene olvidar las derrotas y a los derrotados? Si individualmente tendemos a olvidar lo malo que nos pasó, ¿por qué no colectivamente?
Hay también un banquete en un Club de Gourmets mientras los cocineros se acuchillan en la cocina y el dueño del restaurante se ahorca antes de pegarle dos tiros a la invitada en silla de ruedas que le robó a su mujer: mientras disfrutamos del banquete están ocurriendo asesinatos, y es mejor no meter la nariz en ninguna cocina. El bien y mal son simultáneos, indisolubles. Y Vázquez Montalbán, por encima de todos los personajes, se siente, como Carvalho, implicado, salpicado, manchado, humorísticamente humillado y herido.


Más sobre Quinteto:

1) Artículos de EL PAÍS

2) Crítica de Masoliver Ródenas

3) Crítica de Pilar Castro

4) Artículo de Vázquez Montalbán sobre Adriana Varela.