M.V.M.

Creado el
3/12/97.


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Una Poesía de la Inteligencia Crítica

MANUEL RICO*

EL PAÍS, Babelia, 1 / 3 / 1997.


Manuel Vázquez Montalbán cierra, con la incorporación a Memoria y deseo de Pero el viajero que huye, el ciclo que iniciara hace 30 años con Una educación sentimental

Hace poco más de diez años apareció Memoria y deseo (Seix Barral, 1986), un volumen en el que se recogía, con un lúcido prólogo de Josep María Castellet, toda la obra poética de Manuel Vázquez Montalbán hasta entonces. Ahora aparece de nuevo en librerías con una significativa incorporación: Pero el viajero que huye, publicado en 1990. Estamos, por tanto, ante la poesía toda del poeta barcelonés. Un acontecimiento no irrelevante, sobre todo si tenemos en cuenta que da la oportunidad, tanto a los viejos lectores de la poesía montalbaniana como a las nuevas generaciones, de reflexionar sobre su singularidad no sólo respecto de sus coetáneos, sino respecto a aspectos nada desdeñables de nuestro actual momento poético.
Memoria y deseo nos muestra una trayectoria extraña y única. A lo largo de treinta años, Vázquez Montalbán ha cimentado una cosmovisión ajena a modas y muy alejada de los rumbos por los que ha circulado la "poesía dominante" en nuestro país en ese periodo. Incluido en la histórica y polémica Nueve novísimos, la estética de Vázquez Montalbán mostraba ya, a la altura de 1970, diferencias notables respecto al predominio culturalista de esa promoción entonces incipiente. Incorporaba, sí, novedades formales que la emparentaban con la de sus coetáneos (el collage, las apoyaturas culturales, el camp, la ruptura de las métricas tradicionales, la búsqueda en las vanguardias), pero, contra lo que formaba parte del "núcleo duro" de la poesía emergente, no renunciaba a las conquistas de sus predecesores del cincuenta ni descalificaba sin paliativos la poesía social. Eso presentaba un inconveniente: quedarse al margen. Y, vista en perspectiva, una ventaja: eludir el riesgo de coyunturalidad de las modas.
En el fondo y desde el primer momento, la poesía de Vázquez Montalbán ha sido -es- una poesía a contracorriente. Ya en su primer libro, Una educación sentimental (1967), junto a las novedades formales apuntadas, su poesía mostraba una respiración de fondo distinta: creaba un mundo en el que la herencia de los antepasados como memoria colectiva y la experiencia vital como memoria íntima se proyectaban sobre un territorio lleno de incertidumbres: el deseo como metáfora de la utopía, como pulsión hacia la felicidad al modo en que Ernst Bloch la delimitaba en El principio Esperanza, también como lucidez ante las servidumbres de la historia. Una poesía que negaba el ensimismamiento, que proyectaba una mirada crítica / iróncia -no exenta de ternura- sobre el pasado y sobre el presente y que se orientaba hacia la fragmentaria definición de un imaginario liberador. Esos ejes, presentes en su primer libro poético, no harían sino profundizarse en los posteriores dando lugar a un universo compacto, casi obsesivo, de una singularidad extrema, al que, con el paso de los años, iría incorporando pensamiento y reflexión. Sobre la condición individual del hombre. Y, sobre todo, sobre el mundo en que vive. De ahí que, desde la lectura crítica de Eliot, indagara en la raíz de una realidad parcelada y cruel en Movimientos sin éxito (1969), penetrara en la memoria civil y cultural de los vencidos anónimos en Coplas a la muerte de mi tía Daniela (1973), escarbara en las zonas oscuras de lo erótico-amoroso en A la sombra de las muchachas sin flor (1973) y diseccionara los mecanismos que condicionan el presente y oscurecen y dificultan el futuro -el "deseo"- en Praga (1982).
Un itinerario poético no por dilatado en el tiempo menos intenso, que Vázquez Montalbán da por concluido con Pero el viajero que huye, libro que incorpora a Memoria y deseo, y que es, en el fondo, la metáfora de un viaje -¿de una huida?- al origen: al refugio de sus sueños iniciáticos, al lugar en el que, a partir de los antepasados curtidos en la derrota, habría de construir todos sus referentes culturales y vitales. "Definitivamente / nada quedó de abril", tal es el verso con el que se abre el último poema del citado libro. El gozne que cierra la puerta que abriera con aquel "nada quedó de abril" que iniciaba Una educación sentimental.
Memoria y deseo, además de permitirnos valorar y leer, como un todo, el conjunto de la obra poética montalbaniana -a la que la propia evolución del poeta dota, curiosamente, de una estructura circular-, nos permite adentrarnos, con la mirada que el tiempo y la historia transcurridos proporcionan, en una poesía extraña y heterodoxa que en gran medida ha sido ensombrecida por su ingente obra en prosa, en una poesía realista en el sentido de que penetra en una realidad no excluyente que disecciona en su condición poliédrica y compleja, que va en directo a las zonas más perturbadoras de la conciencia. Releer los poemas de Vázquez Montalbán es mucho más que un ejercicio literario. Es adentrarse en un universo en progresiva depuración, darse de bruces con una de las raras excepciones de nuestra poesía contemporánea: una obra que se interroga, desde la inteligencia crítica, acerca del mundo y su destino, que ahonda en las contradicciones de la existencia y que investiga en las potencialidades de la palabra. Poesía con mayúsculas, en definitiva.


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3) M. Rico habla de Ciudad


* Manuel Rico es poeta (Papeles inciertos (1991), El muro transparente (1992)), narrador (Mar de octubre (1989), Los filos de la noche (1990), El lento adios de los tranvías (1992) y Una mirada oblicua (1995)), crítico y ensayista literario.