M.V.M.

Creado el
20/11/2003.


Fiel a un compromiso político

PASQUAL MARAGALL

EL PAÍS, 20 / 10 / 2003.


Me sobresalta la noticia de la muerte de Manuel Vázquez Montalbán antes de leer en un diario de Barcelona el artículo que me dedica. Prefiero no leerlo aún. Iba a ser el penúltimo acto de un diálogo sostenido, aunque ni mucho menos continuo, a lo largo de los años. Manolo faltará a la cita que teníamos concertada en la casa barcelonesa de EL PAÍS el próximo martes para seguir coincidiendo y discrepando —más lo primero que lo segundo—, esta vez delante del público.

Pienso que la generosidad parca del hombre crítico vale más que el halago fanfarrón. Pero la generosidad de Manolo era un regalo raro, un metal precioso. Confieso que conversar con Manolo, pudiendo ser apasionante, para mí no ha sido siempre fácil. Una persona que no habla si no es estrictamente necesario no es una persona cómoda. Manolo no ha sido exactamente así, pero ha sido hombre de silencios sabiamente administrados.

Manolo ha formado parte del paisaje colectivo de Barcelona, de Cataluña y de España, que se ha ido haciendo con el acicate de su mirada crítica, irónica, pero nunca agnóstica: arriesgada. La Barcelona de hoy -la Barcelona que ha socializado el mar, según sus palabras- no existiría sin su crónica. O no la veríamos igual. Del mismo modo, la educación sentimental de la izquierda española está teñida del recuerdo de la crónica que empezó a trenzar Manolo en la revista Triunfo, con la obsesión de reconstruir la razón democrática.

Fue fiel durante toda su vida a su compromiso político, con una difícil mezcla de confianza ciega en las personas que encarnaban lo mejor de la utopía del comunismo y una distancia crítica que le permitió reconocer que se trataba de una utopía mortalmente herida.

¿Cuesta imaginar la Cataluña de mañana sin la presencia de Manolo? En realidad estará presente. Porque su interrogación lúcida la hemos aprendido. Porque nos vamos a estar preguntando todo el tiempo qué hubiera dicho Manolo. Lo que nunca sabremos son los giros que hubiera podido dar a sus interrogantes. Y nos duele en el alma quedar con esa duda.

Manolo, te debemos algo más que la nostalgia de la revolución que no fue. Te debemos el haber levantado sin frases huecas la utopía posible de la Cataluña del pueblo y la España plural. ¡No te fallaremos!