M.V.M.

Creado el
22/7/1999.


Globalización y xenofobia

MANUEL VÁZQUEZ MONTALBÁN

La Jornada, 30 / 1 / 1999


El grito de Umberto Bossi: ¡no queremos una Italia multiétnica! es una de las declaraciones de principios más transparentes emitidas por el racismo socioeconómico postmoderno. El peligro albanés sustituye con ventaja a los peligros telúricos anteriores: el tártaro, el amarillo o el turco. La Europa del norte amenaza con retirar las subvenciones a la del sur y ésta, a su vez, se revuelve contra el peligro de la invasión de los bárbaros, vengan del este, de las deconstruidas repúblicas socialistas, vengan del sur, desde una plataforma de emigración africana que arranca desde el Africa ecuatorial y salta hacia Europa a partir de sus puntos más inmediatos: Italia meridional y España. En Milán una manifestación proclama el rechazo de los inmigrantes ilegales, atribuyéndole el incremento de los índices de criminalidad y sin que nadie aporte la estadística de que siguen siendo más peligrosos los italianos para los italianos, los españoles para los españoles o los franceses para los franceses, que cualquier colectivo inmigrante.

Por mucho que violen, maten o roben, los inmigrantes nunca superan ni cuantitativa ni cualitativamente el nivel de violencia que despliegan los aborígenes entre ellos, pero los extraños alientan el temor irracional a lo diferente y a la inseguridad acústica. Raramente el inmigrante ha tenido tiempo para serenar sus facciones gracias a una vida estable, su sistema de señales no se ajusta al código hegemónico y dentro de ese sistema de señales, la lengua le denuncia y transmite inseguridad acústica. La peor inseguridad, la que nos hace remirar los puntos cardinales como si ya no fueran los de siempre.

La Europa del sur ha perdido la memoria de su propia angustia migratoria hacia América o hacia la Europa rubia y blanca del norte, una memoria migratoria también llena de lucha por la vida en las peores condiciones de marginalidad y de mafias de supervivencia nacidas en el subsuelo del sistema. Ya no necesita esa memoria para ufanarse por el camino recorrido hacia y dentro de la modernidad, porque recrearse en ella significaría encontrar una justificación racional del porqué de las migraciones actuales. Frente a ellas hasta la vieja cultura de izquierda ha abdicado de la Teología de la Solidaridad y se deja seducir por la tentación de asumir, con todas sus consecuencias, la Teología de la Seguridad. El sistema de seguridad europeo pasa porque las fronteras del sur de Europa se muestren firmes ante las oleadas previsibles de fugitivos de los países globalizados en busca del norte globalizador y si Europa ha de controlar la doble penetración latinoamericana y africana para que no lleguen hasta Poitiers, donde ya Charles Martel detuvo la invasión islámica en el siglo IX, Italia tiene que protegerse y proteger a Europa de los albaneses y de los africanos. Esto no ha hecho más que empezar. El nuevo orden económico internacional es una máscara que trata de cubrir un desorden peligrosísimo que vuelve a convertir a los en otro tiempo llamados condenados de la Tierra, en bombas migratorias hacia los ricos mercados de trabajo que detentarán la mayor parte de ese 20 por ciento de humanidad productiva real que se necesitará en el siglo que viene. Para el restante 80 por ciento habrá que programar mucha diversión y mucha represión, por lo que los analistas de la lógica interna del neocapitalismo especulan con la necesidad de desarrollar el negocio de las cárceles privadas y el oficio de policía igualmente privado, cuando el Estado sea incapaz de garantizar el orden en una sociedad ya no de los tres tercios, sino escindida entre una minoría instalada y una mayoría desintegrada y desidentificada.

Temerosas las formaciones políticas de perder mercado electoral si resucitan el discurso solidario que reconoce el derecho a la búsqueda de trabajo y supervivencia allí donde se encuentre, sólo movimientos sociales extraparlamentarios mantienen sin altibajos ni oportunismo una difícil batalla cultural contra la xenofobia compensatoria del vértigo de la globalización. Xenofobia, religiosidades convencionales y de nuevo diseño, nacionalis- mo, nuevos fundamentalismos que conceden sustitutivos de seguridad dentro de un sistema productivo y comercial mundial sin referentes precisos, con centros de decisión extraterritoriales, como engullidos en un triángulo de las Bermudas que ni siquiera está en las Bermudas. Frente a ese desorden incontrolado por los poderes políticos, resulta patética la estampa de cualquier líder subglobal que se ponga a la entrada de su hormiguero impidiendo sobre todo la entrada de hormigas albanesas o mexicanas.