M.V.M.

Creado el
12/2/98.


La impotencia del detective privado

J.J. NAVARRO ARISA

EL PAÍS, 24 / 6 / 1984.


Manuel Vázquez Montalbán acaba de sacar por sexta vez de su madriguera al atípico detective privado Pepe Carvalho. Los lectores que se apunten a esta nueva investigación del sabueso galaico-apátrido-catalán pueden estar tranquilos y seguros. Lo que el autor promete y ofrece es la acreditada y atrayente fórmula de un asesinato con connotaciones estéticas —la víctima es, en este caso, una dama a la que han deshuesado y despedazado científicamente— y sociológicas: una trama de pasiones, separaciones y fatales encadenamientos de circunstancias enmarcada en la reciente historia hispana. Todo ello aderezado con los finos toques de cocina (que no gastronomía), erotismo, crítica literaria recreativa (o vindicativa, pues Carvalho purga su biblioteca quemando los libros, como el Quijote) y recuperación de sentimentalidades auténticas que proporcionan Carvalho y su clan de marginados entrañables.
    Pepe Carvalho y su tribu son ya ampliamente conocidos entre el público lector desde su primera incursión pública con Tatuaje (publicada por la Gaya Ciencia en 1977; es la única novela de Carvalho no editada por Planeta). En aquel tiempo, la habilidad y la viabilidad de Vázquez Montalbán como escritor de novelas más o menos encuadrables dentro del género negro estaba aún por demostrar. Eran tiempos duros, en los que incluso un escritor acreditadamente progre y definitivamente lúcido como Vázquez Montalbán tenía aún que pedir disculpas por hacer libros de asesinos y detectives.
    Luego, la sociedad se ha relajado un tanto y son legión los lectores que han descubierto embelesados los placeres de la cocina amateur y de la novela negra gracias a Carvalho y Vázquez Montalbán. Así, a Tatuaje siguió una saga generalmente brillante —y en algunos puntos desigual— formada por La soledad del manager, Los mares del Sur (Premio Planeta 1979), Asesinato en el Comité Central, Los pájaros de Bangkok, y ahora esta Rosa de Alejandría que acaba de aparecer y, como ha sucedido con los demás episodios, está ya entre los libros más vendidos.
    Hay quienes todavía ponen en la picota la novela negra como un género subcultural (sea cual fuere el significado de esta expresión turbia). Desde luego, se trata de una cuestión de gustos, pero a lo largo de los últimos años se han incorporado al género una serie de autores con un pedigree cultural innegable, una obra lo bastante diversificada como para no encasillarlos tan fácilmente y una voluntad de aportar al género una multiplicidad de aspectos que lo distancien de la tópica imitación de los thriller norteamericanos o los serie noire franceses.
    Probablemente, Vázquez Montalbán sea uno de los autores que más ha ahondado en ese intento de dotar a la novela de detectives y asesinos de una identidad mínimamente abarcable (en su caso, el ámbito barcelonés y mediterráneo, "los cuatro puntos cardinales más propicios" en torno a los que orbita el cosmos de Pepe Carvalho) y un lenguaje moderno y personal.
    De entrada, en los seis episodios carvalhianos aparecidos, Vázquez Montalbán se obliga a experimentar una especie de rara metamorfosis literario-mental para convertirse a sí mismo en Pepe Carvalho. Porque Carvalho es un alter ego duro, nihilista y sentimentalmente acorazado de Vázquez Montalbán. "Imposible", dirá más de uno, Montalbán es un intelectual catalán culturalista, aparentemente apacible, lleno de ideales (es del PSUC e incluso sigue siendo del Barça) y sentimental sin coraza. Pues eso. A lo largo de la saga de Carvalho resulta irreprimible la sensación de que el autor se halla en plena maniobra purificadora y exorcista por la vía de liberar el vapor de sus propios ramalazos de escepticismo a través del sincrético detective. Hay entre ambos demasiadas concomitancias culinarias, folklóricas y de educación sentimental, demasiados guiños hacia el ámbito literario, político y cultural como para resignarse a pensar en Carvalho como un Jean Luis Trintignant entrado en años.
    Lo cierto es que el autor conoce la armadura de sus obras, tiene un gran sentido de la creación de personajes y es capaz de producir un lenguaje sintético y al mismo tiempo lleno de sugerencias, extremadamente operativo para este tipo de obras. En La Rosa de Alejandría hay varios hallazgos considerables a nivel de personajes —el Autodidacta, otro malvado listo a añadir a una galería de malvados ya notable en las demás novelas— y una serie de guiños que imbrican la trama de principio a fin hasta dejar una vez más demostrados los teoremas vitales del detective Carvalho: su impotencia para llegar antes que el asesino, su constante enamoramiento por las víctimas, aun dentro de la premisa de que el mundo se divide en víctimas y verdugos, su desdén —por saturación— hacia la cultura... hasta llegar al resultado final, en el que todos los casos se reducen al corolario carvalhiano / montalbaniano por antonomasia: "se vive solamente una vez y hay que aprender a querer y a vivir".