M.V.M.

Creado el
13/11/98.

Víctor Amela - Ima Sanchís - Lluís Amiguet


LA CONTRA

Escribir es un acto de narcisismo

IMA SANCHÍS

La Vanguardia, 29 / 9 / 1998


Tengo 59 años. Nací en Barcelona. Soy licenciado en Filosofía y Letras. Llevo 37 años casado. Tengo un hijo, Daniel, de 32 años. Soy Leo. Ideología política: poscomunista. Soy jurado del nuevo premio de literatura gastronómica Juan Mari Arzak y estoy preparando un gran diccionario gastronómico a través de la mirada de Carvalho. Publico Y Dios entró en La Habana.

—¿Cuántas convicciones le quedan?
—La de que no hay que soportar ningún despotismo.

—Siempre nos quedará el placer de la gastronomía...
—La gastronomía es un acto de una tremenda hipocresía. El enmascaramiento de haber matado algo o a alguien por la necesidad imperiosa de comer. Yo evito la cocina de la crueldad.

—¿Cómo describiría el sabor del pecho de su madre?
—Uno siempre está tratando de encontrar un sustitutivo. Siempre tienes el recurso de fumarte un Gran Connaisseur, que es lo que más se le parece.

—¿Y a continuación?
—Evocar el recuerdo de algo que me pareció casi perfecto: un puñado de aceitunas negras y pan recién cocido.

—¿Alguna suculencia de las monjas?
—Un día la madre superiora del colegio me sorprendió mirando por el ojo de la cerradura y pronunció una frase premonitoria: "¡Mirando por las cerraduras, como los rojos!".

—¿No cumplió con la rebeldía ideológica contra el padre?
—¡Pobre hombre! Sólo le faltaba eso, después de una petición de pena de muerte y cinco años de cárcel. Más bien al contrario, se preocupó cuando me comprometí y me metí en líos.

—Uno de esos líos lo llevó a la cárcel.
—Cocinaba en la celda con un fogón construido a base de latas de conserva. Fue la base de mi aprendizaje culinario.

—¿Qué es lo más atractivo de su rostro?
—Los ojos, desde que, gracias a Isabel Clara-Simó, me enteré de que eran casi verdes.

—¿Qué le gusta que piensen de usted?
—Que soy alto, rico, guapo y rubio.

—¿Qué es lo que no soporta que digan de usted?
—Que soy coherente.

—¿Qué le gustaría hacer y no hace porque cuesta demasiado?
—Viajar en un jet privado.

—¿Qué es lo primero que piensa cuando el gran jefe llama a su despacho?
—No tengo gran jefe.

—¿Qué hace falta para triunfar?
—Poner límites a la sensación de triunfo. Si no pones límites, no triunfarás nunca.

—¿Cuándo fue la última vez que se avergonzó y de qué?
—Seguro que fue después de haber bebido demasiado.

—Envíe usted un mensaje a la última persona que le dejó o a la que dejó.
—Cualquier bolero.

—¿Qué le reprocha a su pareja?
—En público, nada.

—¿Alguna otra gran lección?
—La débil frontera que separa a lo que llamamos una persona "normal" de un delincuente.

—De ahí nació años más tarde un personaje de sus "Carvalhos": Biscúter.
—Inspirado en un auxiliar de cocina pequeño y contrahecho que se ponía unos tacones y robaba coches en Andorra los fines de semana, para fardar.

—Escribió la autobiografía de otro hombre pequeñito... ¿Qué plato lo caracteriza?
—Los hábitos culinarios de Franco eran los de un pequeño burgués acobardado. Hay un encuentro de Franco con el padre del Rey. Don Juan, que era muy "echao p'alante", iba de whisky para arriba, y Franco, para demostrar su virtud, pidió una gaseosa.

—¿Poco sentido del humor?
—Decían que tenía retranca con sus compañeros de actos de terrorismo de Estado. Una vez, un director general le pidió consejo sobre cómo medrar en política y le dijo: "Haga como yo, ¡no se meta en política!".

—¿La derecha ha pasado de la gaseosa al agua mineral?
—Siguen presumiendo de virtud. Todavía llevan el monstruo dentro, y les ha salido un señor por el norte que cita a Primo de Rivera. Pero no imagino a ningún político sacando una petaca de whisky añejo, que sería lo correcto.

—¿De qué se ha alimentado ese monstruo?
—"El hombre es lo que come", decía Aristóteles. Pero en el caso de la derecha, el dicho es más aplicable a la literatura no ingerida. No hay que olvidarlo: les caracteriza lo que no han leído.

—¿Es usted el primer marxista hedonista?
—Yo creo que el primero fue un abogado, Solé Barberà, que dijo que el socialismo traería langostas para todos, un acto de optimismo histórico improbable. Pero el lema de París era: "Cambiar la historia como quería Marx. Cambiar la vida como quería Rimbaud". Y ahí está la reivindicación del placer.

—Que no estaba muy bien visto por la izquierda tradicional. ¿También les ha faltado sentido del humor?
—Pocas veces lo han podido tener. Se comenta que Marx lo tenía, lo que irrita mucho a sus detractores, que prefieren los guerrilleros dramáticos y ejecutados. Les encanta el Che porque lo pueden llevar en las camisetas.

—¿Es cierto que Carvalho nació en una sobremesa?
—Hablábamos de la pesadez de la literatura española, donde los personajes tardan 30 páginas en subir una escalera, que había que volver a los guardias y ladrones, y llegamos, en el límite etílico, a una apuesta de la que nació "Tatuaje".

—¿Por qué trabaja tanto?
—No me queda demasiado tiempo y tengo una cierta ansiedad. Quisiera darle un buen destino a Carvalho.

—¿Algún buen motivo para escribir?
—Es un acto de narcisismo.

— ¿Ya está superado?
—En España es muy dificil superar eso, siempre estás a prueba. Lo debatía un día con Juan García Hortelano, que decía que a partir de cierta edad todas las críticas son cojonudas. Ahora, como la esperanza de vida ha aumentado, calculo que eso me llegará a los 65 años.

— ¿Hay que comer para olvidar y beber para recordar, como dice Carvalho?
—Cuando comes bien sólo te queda memoria para otras comidas. En cambio, cuando se bebe, se recuerda lo reprimido, porque beber libera los esfínteres.