M.V.M.

Creado el
8/1/2001.


Más sobre El estrangulador:

1) Crítica de Miguel García-Posada

2) Crítica de Ángel Basanta

3) Crítica de María José Navarro

4) Otra crítica de Ramón Sánchez Lizarralde


Implacables geometrías, locas esperanzas

RAMÓN SÁNCHEZ LIZARRALDE

El Urogallo, abril 1995


Venía nuestro novelista practicando diversos ensayos de burlón desentrañamiento literario del mundo presente, posterior a tantas cosas, y se nos descuelga ahora con este ejercicio de transgresión, pariente mejorado de sus mejores horas novelísticas, que vienen a ser, a un tiempo, gozosa puesta en solfa de los vigentes fundamentalismos estéticos e ideológicos y espesa —equívoca— reflexión acerca de lñas posibilidades de supervivencia de los humanos todavía pensantes que se crean miembros de alguna suerte de colectividad que vaya mas allá de las paredes de cada casa.
    Después de arrancar de este modo, la verdad es que, para quien esto escribe, parecería este comentario labor un tanto vacua, sabiendo que El estrangulador lleva ya varios meses de orgulloso triunfo en las listas de libros más vendidos y de impune actividad asesina en los hogares de todos los incautos que se han atrevido a comprarlo.
    Aparte escrúpulos de gacetillero, debo apresurarme a decir que es el que comentamos un libro importante, un texto, novela ensayística habría que decir tal vez, no solo sabroso v divertido, bien construido y tramado, de acuerdo con las dotes sobradamente probadas del autor, sino, sobre todo, de alcance: en cuanto a las ambiciones literarias y por lo que se refiere a los vuelos críticos que con él ha querido despertar —o simplemente ejercitar— Manuel Vázquez Montalbán.
    Un narrador que dice ser fontanero-instalador, encerrado en un establecimiento frenológico a perpetuidad por el supuesto asesinato de sus padres y otros humanos próximos, nos cuenta la propia versión de su vida en dos entregas bien diferenciadas la una de la otra. La primera desde la arrogancia del joven ejecutor de muertes artísticas de geométrico diseño: Retrato del estrangulador adolescente, descarada, ofensiva, brutal, cargada de la autosuficiencia de quien se pretende el estrangulador de Boston, «de la raza de los mejores estranguladores de Boston», y se atreve a jugar al escondite con los sucesivos sacerdotes de la psiquiatría que examinan su locura, su metáfora, mediante la ingeniosa fórmula de apropiarse sus jergas y desmontar sus cínicas razones con la fuerza de su inclemencia.
    La segunda, Retrato del estrangulador seriamente enfermo, en la que tras ser amenazado con una conveniente lobotomía, el díscolo muchacho es reducido a postura más humilde, a partir de la que se aviene a prestar su colaboración para que todo encaje como debe y la ciencia cumpla su función social imprescindible: asegurar el orden, liquidar lo singular. Y tras este sometimiento nos muestra otra versión de si mismo, nunca sabremos si más verídica que la primera o tan falsa como aquella, sabedores como seremos entonces de que la memoria es «como una novela trucada que nos contamos a nosotros mismos», sujeta por tanto a manipulación. «Tuve pues que pactar, aplicando ese cerebro posibilista socialdemócrata que todos llevamos dentro como instrumento de recurso entre el Todo y la Nada... ».
    Por otra parte, como ya se ha podido sospechar por los títulos y subtítulos, y se comprobará mediante las citas, referencias eruditas y menos cultas, digresiones y discusiones en torno al arte del siglo, el marxismo, el pensamiento Art Dèco de Ortega, las teorías de Lacan, Foucault e infinidad de otros, este estrangulador de Boston que mata en el Paralelo y cierne su sombra sobre toda la humanidad como los bostonianos de James, ejerce su oficio desestabilizador a base de poner en solfa la identidad y la costosa arquitectura ideológica de este moderno rebaño de tecnócratas y chamanes, chulesco y vacío, heredero de las peores tradiciones que occidente haya podido dar al mundo, que se aterra ante la sola mención de otros posibles futuros, aunque sean imperfectos. Véanse, como muestra, las alarmadas «acusaciones» que el padre putativo del estrangulador ha recibido de ser un pertinaz marxista.
    Aunque nuestro recién converso al pragmatismo, el impreciso protagonista, con el que ya no estamos seguros de si realmente es el estrangulador, o el estrangulador que finge convenientemente que no lo es para que lo dejen seguir siéndolo, aún continuará proclamando airado que no delega su yo en nadie, «porque cuando te lo devuelven resulta irreconocible y no te sirve para nada». Cosa que él mismo logra, escribiendo el informe sobre su propia conducta que acaba de condenarlo a reclusión perpetua, con lo que auxilia de paso al psiquiatra fracasado para que conserve su puesto de trabajo... A cambio, conservará, o eso cree, su lucidez, y la capacidad crítica que lo hizo subversivo, aunque no tanto... Todo un juego de muñecas rusas, como se ve, siempre poniendo en cuestión la capacidad del hombre para reconocer el mundo y reconocerse, y siempre recuperándola, pese a las dolorosas cesiones que son su precio y que tal vez acaben por matarla.
    Geometría por geometría, siendo como es el hombre, ya que no un lobo, un loco para el hombre, Vázquez Montalbán busca, tal vez, o lo hacen las criaturas que él inventa, un terreno impreciso, identificable tan sólo de forma individual, en el que la memoria del pasado no sea una obscenidad y los proyectos de futuro, aunque imperfectos, merezcan sobrevivir y devuelvan alguna esperanza a los seres humanos, a algunos seres humanos.


Más sobre El estrangulador:

1) Crítica de Miguel García-Posada

2) Crítica de Ángel Basanta

3) Crítica de María José Navarro

4) Otra crítica de Ramón Sánchez Lizarralde