M.V.M.

Creado el
8/1/2001.


El No-Do: un quiero y no puedo

MANUEL VÁZQUEZ MONTALBÁN

EL PAÍS, 12 / 8 / 1993


Tienen razón los que opinan que el No-Do se quedó a medio camino entre la propaganda y el noticiario, un tanto inutilizado como instrumento de propaganda a medida que el país iba saliendo de la truculenta estética de la guerra y la posguerra civil y perfectamente irrelevante como noticiario de lo poco. Además, las imágenes del Régimen no comunicaban. Para empezar, con los vencidos y poco a poco con las nuevas generaciones que no podían identificarse con aquella galería de truculencias bípedas: desde el mismísimo Franco hasta el león de Fuengirola, pasando por el Borís Karloff del Régimen, el almirante Carrero Blanco. Y las imágenes, aún. Pero en cuanto abrían la boca se convertían en carne de ponencia sobre la relación de forma y fondo en los códigos de señales de las dictaduras totalitarias. Se ha dicho que Hitler y Mussolini hicieron de la radio un instrumento de hipnosis colectivo y que en cambio la televisión no les habría servido como plataforma porque habrían aparecido Hitler como un loco y Mussolini como un gilipollas, que no lo era. Pero en el caso español las voces también eran impresentables: la de Franco era un castigo de la naturaleza y, por ejemplo, Girón, la gran esperanza azul de la revolución aplazada, utilizaba su inmensa capacidad pulmonar para emitir frases que iban del tono bajo a las máximas alturas de los decibelios, como si tomara impulso para expectorar.

Desde el punto de vista de los noticiarios, el No-Do respetó los componentes ideológicos esenciales de la cruzada: mucha cruz y mucha espada. Desde la Iglesia sin desodorante a la Iglesia jet set del Opus Dei, con un muestrario irrepetible de consagraciones, reconsagraciones, y, cuando se acabó el cupo de actos de desagravio, cualquier motivo era bueno para que la cruz apareciera junto a la espada, porque la cruz y la espada en España eran una y trina. A partir de los acuerdos con Estados Unidos agradecimos cuantas noticias llegaran de Estados Unidos, porque eran siempre modernas y enormes. El incendio más enorme de todos los tiempos, el cardo borriquero cultivado científicamente más inmenso que jamás se había visto, el tifón más desmadrado de la historia de los tifones. Evidentemente, aquella gente, incluso a través de sus monstruosidades y catástrofes, ya demostraba que eran otra cosa y que un día u otro gobernarían el mundo.

Algún pase de moda nacionalista, para demostrar que nadie tenía nada que enseñarnos en este apartado y porque a Doña Carmen le chiflaban los trapos, toros, fútbol, el descenso del río Sella, las traineras... y cada cosita con su musiquita... tarariro tararí rara rá... Las recuerdo casi todas, como recuerdo que en los primeros años de la sintonía del No-Do me producía la impresión de un anuncio de bombardeo, y mi asco congénito por toda la gentuza y gentucilla que iba a aparecer me predisponía malamente para el espectáculo.
Con el tiempo no me resistí y algunas veces hasta gocé, pero poniendo yo todo el sentido del humor, porque si había que esperarlo de los redactores, aviados estamos, pobre gente, y, en cuanto a las voces, mantuvieron una eufonía del último parte hasta cuando hablaban de un pase de modelos de Pedro Pertegaz. Era otra raza y se les notaba en la voz y en el ademán, no siempre impasible. De todos los noticiarios totalitarios que ha creado el siglo de los totalitarismos, el No-Do era el más quiero y no puedo, independientemente de que sus profesionales tuvieran nivel. Es que aquel Régimen no daba para más. Era intrinsecamente estúpido y extrínsecamente feíto, al servicio del bloque social dominante más mezquino, estúpido y feo de todos cuantos se autorrecetaron una dictadura.