M.V.M.

Creado el
12/10/2001.


Más sobre Los pájaros de Bangkok:

Interesante entrevista de Francesc Arroyo


La aventura oriental de un detective gourmet

MARÍA JOSÉ RAGUÉ


Manuel Vázquez Montalbán es un señor que escucha mucho, que también lee, que mira, observa, capta, aprehende y asimila. Y luego, excelente periodista y cronista, va y nos lo cuenta todo muy bien para que también nosotros lo comprendamos un poquito. Le conocí personalmente en uno de esos viajes Boccaccio organizados por Oriol Regás. Yo volvía a visitar California, donde había vivido dos años; Manolo iba a conocerlo por primera vez. De otro viaje organizado por Oriol Regás partió el conocimiento de Asia para Vázquez Montalbán y uno de los orígenes de esta su última novela, Los pájaros de Bangkok, la última hasta ahora del ciclo Carvalho, ese detective privado que comparte todas las aficiones de Manolo y que ha dado ya origen a una sorprendente cantidad de novelas. Porque intentar dar la lista de libros publicados por Manolo Vázquez creo yo que es tarea superior a la de esta entrevista. Su primar libro da poemas fue Una educación sentimental en los años 60, el último ha sido Praga en 1982. Su primera novela, Recordando a Dardé, también en los 60; la última, ésta que comentamos hoy. Su primer ensayo, Informe sobre la información, uno de los mejores libros sobre periodismo publicados en España, es de 1963, pero se estudia hoy todavía en las Facultades de Ciencias de la Información. Ha publicado antologías como la de la Nova Cançó catalana y el estupendo Cancionero general.
    En una solapa de uno de sus libros se le define como «periodista, novelista, poeta, ensayista, antólogo, prologuista, humorista, crítico, gastrónomo, culé y prolífico en general». Creo que ésta es su excelente aunque incompleta definición.
    En todo momento Manolo Vázquez ha dado testimonio de su época. En los 60 su Manifiesto subnormal denunciaba, al estilo hippy, la desaparición de la sensorialidad y la destrucción de la bondad. En los 70, La palabra libre en la ciudad libre hacía una crítica marxista a los medios de comunicación. Poco después publicaría Yo maté a Kennedy, agudo ensayo de política-ficción. Hoy Carvalho nos da todo el costumbrismo de nuestra época en nuestro país y en nuestra sociedad.
    En 1979, Manolo Vázquez obtuvo el Planeta por su novela Los mares del Sur, obra que le valdría también el Prix International de Littérature Policiére en París en 1981. Muchas de sus obras están traducidas no sólo al francés, inglés, portugués, italiano, alemán, sino también al ruso, al rumano, al búlgaro... Y yo diría que para clasificar la producción literaria de Manolo Vázquez —y en ella forma parte importante, cuantitativa y cualitativamente, su diaria producción periodística— habría que acuñar la definición de un nuevo género, porque los habituales no nos sirven para valorar su obra.
    Puntual y escueto de palabra, llega a mi casa, con mirada penetrante e incisiva encubierta bajo sus gafas, con su habitual aspecto —que sólo aspecto— de español medio: bajito, gordito, un poco calvo, con bigote..., pero eso sí, su normalidad estadística sólo en el exterior se basa, lo demás se desvía enormemente del promedio standard.

—¿En qué genero literario te inscribirías tú?
—No tengo género preferido, lo que tengo claro es que no volveré al reportaje político tipo La penetración norteamericana en España o La vía chilena al golpe de Estado. Me gustan, sí, en igual medida la poesía, la novela, el teatro.

—¿Cómo escoges, pues, el género?
—Tengo obsesiones temáticas o meramente lingüísticas —una frase, una canción— y a partir de ahí se me acumula un material, unas vivencias, unos personajes. Según como sea la vivencia, ésta se traduce en un poema o una novela de acuerdo con el proceso de desarrollo de la obsesión inicial. La obsesión que dio nacimiento a Los pájaros de Bangkok nunca podría ser otra cosa que una novela.

—¿Cuál es su tema?
—Es una novela de amor en el sentido amplio, con relaciones de dependencia, con ganador y perdedor, con relaciones regulares o irregulares, para seguir la adjetivación de Rumasa y no decir «legal o ilegal».

—La novela transcurre en parte en Barcelona, en parte en Bangkok.
—Sí, corresponden la primera a una trama interiorizada y la de Bangkok a otra, englobadora, en la que Carvalho se siente impulsado a conocer el nombre de unos pájaros que descubrió en un viaje anterior. Es un viaje fallido, cuya única compensación es la de saber el nombre de estos pájaros. Ambas tramas se unen al final y en ambos casos el resultado es la destrucción de la víctima.

—El lenguaje es a veces despreciativo para cierto tipo de relaciones sexuales, ¿por qué?
—No lo es cuando lo están utilizando los personajes positivos, sino cuando refleja un modo de hablar habitual fruto de los tics culturales de la gente.

—Tú has publicado dos libros de cocina, Cocina catalana y Recetas inmorales, ¿por qué incluyes tantas recetas culinarias en tus novelas?, ¿en esta novela?
—En Carvalho la gastronomía es un tic, una neurosis del personaje, como lo es el póquer en James Bond. Ian Flemming en una novela de Bond utiliza treinta páginas para describir una partida de póquer. Pero ahora para mí las recetas son además un servicio al lector. Ya que no hemos llegado aún al libro comestible (hubo algún intento en los sesenta) por lo menos doy las recetas completas; así por lo menos la novela sirve para enseñar a comer al que no sabe.

—¿Por qué te interesa la cocina?
—Yo fui hijo único, luego me casé con una chica de izquierdas que no sabía cocinar. En mi estancia carcelaria cociné para los estudiantes que convivíamos en la celda. Generacionalmente tuve que pronunciarme entre la redención colectiva y la individual, entre Sade y Marat, y me di cuenta de que «se vive solamente una vez» y de que a veces lo lúdico compensa de las revoluciones pendientes, del paraíso y del absoluto. Por eso reivindiqué el sexo y la gastronomía como culturas inocente y cotidianamente paradisiacas.

—Volvamos a Carvalho, ¿quién es y cuándo le encontraste?
—Apareció, aunque de otro modo, en Yo maté a Kennedy, como guardaespaldas y asesino de Kennedy.

—¿Carvalho o Manolo?
—No, no, Carvalho. Pero Carvalho me permite a mí ver la realidad. Es frankensteniano. Me permite ver con libertad, con una óptica personal.

—¿Qué son tus novelas?
—Son novelas realistas, crónica de la que va a ser la vida española de transición desde la decadencia del franquismo hasta no sé qué. No es una crónica política, sino moral y sentimental, sobre la necesidad de elección entre el pesimismo y el cinismo que tiene no sólo España sino toda la cultura occidental.

—¿Para qué crees que sirve la literatura?
—Para saciar el placer de leer. Si se quiere, secundariamente también puede servir para enseñar algo. No rechazo la literatura concienciadora si es buena, pero de ningún modo admito que la literatura se justifique por sus buenas intenciones.

—Carvalho se compara a Bond, Wolfe, Sherlock Holmes, Charlie Chan, Poirot, Maigret, ¿a cuál de ellos admiras más?
—Sin duda alguna a Maigret.

—Novela policiaca, gastronomías, humor, ¿cómo se hace todo esto coherente con una persona tan marxista como tú?
—No soy tan marxista. Yo soy comprensivamente marxista, racionalmente y razonablemente marxista. Lo uno no impide lo Otro.

—Como decías antes, se puede estar a favor de Sade y de Ararat. Pero. ¿qué es para ti el humor?
—Es un mecanismo defensivo, pero acaba convirtiéndose en una óptica sana porque relativiza al que ve y a quien lo ve. Va contra quien lo practica, porque si no fuera así ya no sería humor, sino mala leche.

—¿Se incluye en tu utilización del humor la inclusión de personajes denominados Biscuter o Bromuro en tu novela?
—No. Biscuter existió, era un preso común muy enclenque que se dedicaba a robar coches. Bromuro es en parte real y en otra no le conocí en la cárcel, era un limpiabotas "descuidero", que cometía delitos para pasar el invierno en la Modelo. Estaba obsesionado en que le metían bromuro en la comida para que no trempara. Pero Bromuro tiene como personaje una parte también de la gente que había sido de la División Azul que conocí en mi infancia, y que había perdido la posguerra.

—¿Cuál es la mejor novela de la serie de Carvalho?
—No voy a decírtelo, pero sí te diré que la que he releído con menos miedo —nunca me gusta releer lo que escribo— es esta última. Me siento bastante seguro ante Los pájaros de Bangkok.

—¿No dirías que el final de la novela —tras haber criticado en la misma el orientalismo— acaba siendo un tanto orientalista, en el peor sentido de la palabra?
—No, en la novela hay una descalificación de ese laissez faire, laissez passer que contiene el taoísmo, pero el final es otra cosa. La metáfora de los pájaros es un destino común que todos tenemos, un estado de no esperanza, pero relativizado, sin tragedia. Es también un deshacer esa mitología del misterio de Asia porque Bangkok no es más que un Bellvitge, un barrio obrero con jardines de lujo, y yo me manifiesto en contra de esa ideología de exportación que es el orientalismo para una cultura occidental menopáusica.

—En un momento de la novela comentas que en la actualidad «no se lleva nada», que la única moda, «lo único que se lleva es el miedo». Y éste era también el tema de un reciente artículo tuyo en "El Periódico". Pero, ¿qué hacer contra el miedo?
—Hay que luchar contra el miedo que produce depender de dos centros de poder. Yo propongo que si España entra en la OTAN —lo que significaría una victoria belicista—, todos dejemos de pagar impuestos, ya que nuestro dinero se invertiría en nuestra destrucción. Pero estoy contra los dos bloques. Nuestra vida se juega en computadoras que condicionan la conciencia cultural del mundo, porque lo único que tiene la gente es instinto de su pervivencia.

—Este miedo está en contra de uno de los deseos que también expresas en tu novela: «envejecer con dignidad».
—Sí, lo dice Carvalho y aunque yo no sea Carvalho me horroriza la ancianidad decrépita. Me horroriza la impotencia del individuo. Admiro a las monjas que cuidan ancianos, pero me horrorizaría esta solución personal para mi vejez. Al igual que Koestler estoy a favor de la autoeugenasia.

—¿Es cierto que tienes firmado contrato para diez noveles más protagonizadas por Carvalho?
—No. Tenía contrato para cuatro. La primera es ésta. Quedan tres, de las cuales tengo ya los argumentos. Ahora estoy escribiendo La rosa de Alejandría. Se basa en una canción, Morena salada... blanca de día, colorada de noche...

—¿Qué es lo que más te apetece hacer?
—No me apetece escribir nada en especial. Me apetecería vivir en un país tropical sin hacer nada. Experimento placer escribiendo, pero cuando más a gusto estoy es cuando tengo la oportunidad —pocas veces la tengo— de disfrutar de un ocio total. Lo que más me puede satisfacer es un día durante el que no tenga nada que hacer.

—Adivino que experimentas un gran placer cuando te anulan una cita.
—Pagaría por ello, sobre todo cuando se trata de charlas. Tengo un defecto genético y es el de no saber decir que no. Y entonces, las horas que preceden a un compromiso adquirido se convierten en una tortura mental por haber dicho antes que sí.

    No pude resistirlo, me despedí de Manolo Vázquez deseándole éxito para su última novela y para las próximas que publique, pero le prometí especialmente que un día de éstos iba a pedirle una entrevista que luego, para complacerle, le anularía.


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