M.V.M.

Creado el
19/5/99.


El antidandi sibarita

Iñaki Ezquerra

Publicado en varios periódicos el 10 / 12 / 1995


Caricatura
J.R.Catalán para
El Correo Español e Ideal de Granada
La clave de la personalidad literaria y humana de Manuel Vázquez Montalbán reside, probablemente, en su premeditada y militante renuncia a cualquier pretensión de dandismo, en su aversión al gesto epatante, al exceso. Estamos ante un escritor que no se pone estupendo nunca y de ahí que, a menudo, resulte tímido u hosco en sus intervenciones públicas, pese a la milimétrica precisión de sus palabras y a la seguridad con la que expone un pensamiento ordenado y exento de frivolidad que le ha permitido ser un excelente analista político y adentrarse en un género a caballo entre la novela y el ensayo con títulos como Yo maté a Kennedy, Galíndez o Autobiografía del general Franco.
    No es extraño, por tanto, que sean opuestas las descripciones que hacen de él quienes le conocen, y que éstas compongan el contradictorio retrato-robot de un "gordo entrañable y maleducado"; de alguien que no hace la menor concesión en el trato y, a la vez, es capaz de poner su erudición gastronómica al servicio de sus amigos y cocinar para veinte personas, o incapaz de negar un prólogo a un joven poeta o novelista que se lo pida. Vázquez Montalbán es el prologuista oficial de media España gracias a esa generosidad que, al parecer, no está nada reñida con el afán pesetero que también suele achacársele y que, ciertamente, le ha convertido en uno de los escritores españoles que mejor viven.
Sin embargo, también en la manera de ganar su dinero y de gastarlo pueden apreciarse síntomas de ese rechazo a la exageración, a la pretensión dandi. El Premio Nacional de las Letras que acaba de recibir le llega, como el Nacional de Narrativa en 1990, con veinte años de retraso, o sea desde que le leemos y comentamos sus libros y artículos. No se trata de ningún caso de pelotazo literario, que también los hay, como en el mundo de la banca. Sus millones son tan transparentes como sus libros, que pueden haber sido producidos a destajo, pero en los que hay siempre un rigor o la honestidad de no intentar vender gato por liebre.
    No es difícil imaginar a Lara pidiéndole una novela de Carvalho para dentro de ocho días, un manual de gastronomía o de urbanismo. Pero las novelas y los manuales de Vázquez Montalbán son concienzudos. No se le conocen tampoco escándalos y jamás ha presumido, como Umbral, de arrojar los libros que le envían a la piscina, pese a tener no una piscina sino dos donde poder practicar ese deporte de nuevo rico del dinero y de la literatura.
    Una de esas piscinas es la del chalé de Vallvidrera, barrio barcelonés de clase media alta situado al lado del Tibidabo, donde pasa los inviernos nuestro hombre. La otra piscina es la de la masía de Foixà, situada en el Ampurdán, que es la mejor del pueblo. La adquirió a mediados de los setenta y en ella tiene una bodega de vinos franceses que es la envidia de esa comarca tomada por intelectuales acomodados y rancios de Barcelona.
    Manuel Vázquez Montalbán es un sibarita pero como en versión povera, un refinado de cara a sí mismo al que no le ha preocupado engordar (cosas que un dandi jamás se permitiría), un hombre lo suficiente atento a las demandas del propio cuerpo como para enumerarlas con narcisista minuciosidad en esas novelas de su célebre detective en las que nunca falta una receta culinaria. En ese personaje de ficción, que también reside en Vallvidrera gracias a sus ahorros, ha ido depositando todos sus egos, sus manías, sus pasiones, sus vicios; el principal de ellos, la gula, que de estético no tiene nada, y del que le protege una inhumana dieta desde que sufrió un infarto hace un año aproximadamente.
    Manuel Vázquez Montalbán no es de los que tiran los libros a la piscina. Sabe lo que cuestan las piscinas y los libros y no parece sentir la traumática necesidad de olvidarlo. No ha renegado jamás de Ciutat Vella, el barrio chino de su infancia, también llamado el Raval, de donde es media literatura española, desde Tercnci Moix a Robert Saladrigas o Maruja Torres, buena amiga suya.
    Un barrio de sabor proletario y cosmopolita al mismo tiempo que, con sus flores, sus marines nortcamericanos, sus legionarios de Ceuta o de Melilla y sus prostitutas contribuiría a su formación tanto como el marxismo, y opondría quizá a los dogmas de éste su contrapunto mundano, desenfadado y colorista. Recordando esa infancia, este escritor ha hablado alguna vez de cómo su padre, que vive aún y era entonces vendedor de seguros, pronunciaba la legendaria contraseña de "¡Los muertos!" para que se le abrieran las puertas de las casas.
    De este modo, Manuel Vázquez Montalbán responde como nadie al estereotipo de escritor y de hombre que se ha hecho a sí mismo. Y a él se alude con harta frecuencia en sus entrevistas, en las que flota siempre el muy humano y bien comprensible drama de quien quiere ser el último intelectual rojo español en medio de unas circunstancias personales y nacionales nada propicias. Vázquez Montalbán mantiene su izquierdismo como sus dos casas, como un padre de familia hecho y derecho, y quienes le critican facilonamente por ello también le habrían criticado por abandonar esa militancia.
    No es un dandi y no será nunca un burgués tampoco. Es un trabajador nato y bien remunerado. Cuenta la leyenda que hasta el Planeta de 1979, por su novela Los mares del Sur, lo recibió en concepto de pago por despido de la editorial al cerrar la revista Por Favor, en la que él trabajaba. Y mientras Umbral (por volver a su antítesis) narra como una hazaña y como una vejación aquella adolescencia en la que iba a comprar el pan y las lechugas, a Vázquez Montalbán es fácil verle con las bolsas del pescado en el mercado de la Boquería, allá en las Ramblas, o en cualquiera de esos otros zocos gastronómico-modernistas que hay en Barcelona. Un sibarita.